Por Tesa Vigal
Esta novela alemana, escrita en 1911, excesiva, extraña, llegó a tener en su época 28 traducciones y cuatro adaptaciones cinematográficas. En concreto la versión filmada, dirigida por Henrik Galeen en 1927, acabó siendo un referente del expresionismo alemán, con sus luces radicales, sombras espesas y fachadas distorsionadas. La editorial Alfaguara –en su mítica colección Nostromo, de libros especiales más o menos olvidados- la publicó en los años 80. Luego se ha reeditado en otras editoriales, al menos que yo recuerde en la editorial Valdemar. Se sabe muy poco del autor. Vivió en la misma época que Gustav Meyrink, el autor fantástico del Golem. También se le relaciona con sociedades, o grupos medio espirituales medio artísticos, por ejemplo con la sociedad de la Aurora dorada, la Golden Dawn inglesa, con miembros como Arthur Machen (otro fascinante escritor admirado por Borges), Yeats el poeta irlandés, Conan Doyle, Bram Stoker…
Esta novela alemana, escrita en 1911, excesiva, extraña, llegó a tener en su época 28 traducciones y cuatro adaptaciones cinematográficas. En concreto la versión filmada, dirigida por Henrik Galeen en 1927, acabó siendo un referente del expresionismo alemán, con sus luces radicales, sombras espesas y fachadas distorsionadas. La editorial Alfaguara –en su mítica colección Nostromo, de libros especiales más o menos olvidados- la publicó en los años 80. Luego se ha reeditado en otras editoriales, al menos que yo recuerde en la editorial Valdemar. Se sabe muy poco del autor. Vivió en la misma época que Gustav Meyrink, el autor fantástico del Golem. También se le relaciona con sociedades, o grupos medio espirituales medio artísticos, por ejemplo con la sociedad de la Aurora dorada, la Golden Dawn inglesa, con miembros como Arthur Machen (otro fascinante escritor admirado por Borges), Yeats el poeta irlandés, Conan Doyle, Bram Stoker…
Cuenta la historia
de una enorme osadía: la encarnación humana de la vieja leyenda de la
mandrágora, una raíz con forma de figurilla humana que surgiría en la tierra
donde cae el último semen de un ahorcado, y con supuestas propiedades mágicas y
ambivalentes, pues por un lado otorgaría a su poseedor riquezas fabulosas y
poder, pero por otro le conduciría a la muerte. En esta historia se encarna en
una mujer llamada Mandrágora, o Alraune, su protagonista surgida de la noche,
de la fiebre y lo primitivo. De ese acero indomable basado en el misterio de lo
sensible, que va revelando a su paso todo aquello que los demás entierran, o
rechazan de sí mismos. Pero ese ser magnético, nacido bajo un ritual legendario
para gratificar ambición y vanidad, resultará mucho más poderoso que sus
creadores. Resultará incontrolable, abismal e indómito.
La manera de
escribir de Hanns Heinz Ewers tiene la honda, marcada atmósfera inquietante que
recuerda a ‘El gabinete del doctor Caligari’ en película, y en literatura tiene
el clima arrebatado de Hoffmann, o de Allan Poe. Sus potentes imágenes no se
olvidan. Es un libro recorrido por una audacia insatisfecha. En frase de su
preludio, en una época presidida todavía por la moral y la vida de tipo
victoriano, a punto de desaparecer tras la primera guerra mundial: “No es
para ti, hermanita rubia, para quien escribo este libro. Tus ojos son azules y
buenos, y nada saben del pecado”.
Alraune es un ser
proscrito, aunque nadie se atreve a afirmarlo. Sus padres también (el semen de
un ahorcado y una puta, según la leyenda materializada por uno de sus febriles
personajes, que se convertirá en su padre adoptivo). Serán utilizados para que
surja la primera mandrágora viva, pero al contrario que ella, son débiles. Su
hija, de una personalidad inusual, implacable, poseerá rasgos primitivos pero
también los más sutiles. Es por esta razón, que los animales sienten un sano
instinto de rechazo ante alguien que, igual a ellos, es sin embargo demasiado
poderoso, peligroso por fundir cualidades esenciales de las dos especies.
(Abajo carteles de la película).
Condenada a la
soledad, nadie tiene en cuenta a la niña silenciosa y extraña que vaga por la
enorme casa de su padre adoptivo y creador, en total libertad. Los criados
sienten ante ella desconfianza y temor. Pero Alraune va descubriendo, poco a
poco, que además de no ser querida es utilizada. Así nace en ella el mecanismo
automático de la venganza. Una venganza, que siempre se limitará a desvelar
hasta las últimas consecuencias los aspectos peores de todos los que la rodean.
Y esto, hasta el punto de hacerles sucumbir por ese, su lado más débil, y reír,
reír desde su inocencia más pura: limpia y salvaje.
Alraune ejemplifica
a ese tipo de seres inocentes, impecables en su exigencia y en su armonía entre
ideas, sentimientos y hechos. Torrentes inagotables de sensibilidad abismal,
junto a un alma dolorida con garras afiladas. Pero ella, incomunicada e intrusa,
no será manejable como ellos esperaban. Y no lo será porque ellos no son
auténticos. Cada uno mantiene oculto un aspecto de su carácter que, sin ser
reconocido ni vivido libremente, les resultará devorador y destructivo, al ser
desvelado por Mandrágora.
Las novelas más
imaginativas rozan, rodean, o plantean directamente el tema del mal. Bien sea
el misterio del mal, el lado destructivo del mundo, o bien (como en este caso) una
supuesta maldad que no sería más que la parte más instintiva, lúdica, rebelde
de una persona. Una parte maldita que reprimida, relegada, deformada o
sublimada, surge una y otra vez a través de cualquier manifestación
imaginativa.
“Mandrágora” es un
relato que, desde su principio, es una explosión vital inclasificable. Y lo
vital no admite duda alguna. Su protagonista jamás renuncia, ni se conforma,
porque ella no quiere parecer nada, sólo ser. Se mueve al margen de las
convenciones sociales y su imposibilidad de rendirse no se basa en objetivos
externos sino en su propia alma, en una necesidad de ser por encima del tener.
Lo que está vivo no sigue modas, no acepta convenciones ni puede pactar con los
enemigos.
Y hombres y mujeres
se acercan a ella, irresistiblemente atraídos por el reflejo de lo que han
rechazado en sí mismos. Pero ninguno se dirigirá directa y claramente a ella. Por
el contrario, darán un paso en falso y la adorarán o la temerán.
Su figura también
refleja ese ser completo, por eso su físico es andrógino. Cuando aparece Alraune
las conversaciones estúpidas quedan en
evidencia, los ojos que no miran quieren huir, las máscaras se caen, el
esnobismo se deshace y todos resbalan en su atmósfera exaltada, absorbente,
nítida, misteriosa… Pero muy concreta. Botas de cuero amarillo, terciopelo
verde ajustado… Cabalga. Y a su lado el aire se transforma, se tambalea, queda
en evidencia, cegado por un intenso, potente foco sostenido. Y Alraune de
metálicos ojos verdes, con mirada soñadora, camina con la cara vuelta hacia la
luna murmurando una mágica respuesta: “ya voy, ya voy…”.
En algunas páginas
parece temblar suavemente la tierra. En otras triunfa lo turbador. El inicio de
la novela impresiona por su esperpento. Recuerda al principio del mundo y al
fin de los tiempos simultáneamente con esa imagen del bebé adormilado y feliz
con la colilla negra de un puro en su boquita.
En este relato el
lector se regocija de las desdichas de la mayoría de los personajes de la
historia. Una de sus “víctimas”, es un cobarde. Otro, un imbécil, otro un
hipócrita, otro un ambicioso manipulador, otro un perro faldero masoquista… Uno
de ellos muere tras una de las más bellas escenas, un baile de carnaval al que
Alraune acude vestida de chico y la “víctima” de mujer. Y en la noche de
intenso frío cortante caen gotas de sangre de labios mordidos y sus pies
descalzos caminan sobre la nieve. Ella se burla de la idolatría y la
sublimación. Así se lo hace patente a todos, pero ellos no lo entienden y
acaban abocados a la autodestrucción.
Cuando al fin
encuentra a alguien que la trata como a una igual, y ella le ama, ya no puede
evitar seguir envuelta en el viejo mecanismo de muerte, en una inevitable
expresión de sí misma. Esta relación final, con la única persona que la ha
mirado a los ojos, la ha conocido y aceptado, es un continuo diálogo de dos almas
luchando y amando con su poder en la mano. El jardín se transforma en laberinto
y paraíso, en templo pagano y bosque prehistórico poblado de instinto y fuerzas
antiguas y oscuras. Son dos alquimistas, dos cautivantes brujos conjurando con
dulces y violentas invocaciones a todos los poderes.
En cuanto a su
final, Mandrágora termina como los héroes místicos. Es traicionada por su
víctima más impotente, mientras ella sigue volcada en su misterioso origen: la
noche, la luna, la pureza de lo salvaje. En palabras directas de su autor, en
un Final paralelo al Preludio: “Para ti
escribí este libro, hermana mía… Tómalo de manos de un bravo aventurero, un
loco presuntuoso que fue al mismo tiempo un callado soñador. De manos de uno,
hermanita, que marchó al margen de la vida”
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