Esta entrada apareció hace tiempo en mi blog cuadernos dionisíacos de la luna pálida, donde meto las cosas que me encantan, o me interesan en el último mes o dos meses, pelis, libros, música, lo que sea). Pero claro, este librito, por su tamaño, inmenso por su alcance inclasificable merece aparecer en mi blog de libros memorables, más allá de tiempo y lugar.
Paso de que el título de la entrada sea obvio, pero es el más
exacto.
Me parece que Melville es un escritor de la estirpe
soñadora por sus personajes, aunque de la especie cronista por su manera de
contar, al margen de lo poético (aparentemente, quizás cuenta la poesía de una
forma de actuar).
Sucesión de hechos claros con motivaciones desconocidas.
Seres humanos movidos por un sueño. En esto me
recuerda a Conrad. Seguir el sueño hasta el final. Puede que sea eso
lo que nos hace humanos.
El contraste entre el motor íntimo, al margen de lo
conveniente, lo práctico o lo sensato y su narración de tinte periodístico
resulta una mezcla inquietante, escurridiza.
El capitán Acab de su novela 'Moby Dick' vive
para buscar una ballena blanca y según le acompañaba en su peripecia
inclasificable se intensificaba la sensación de que era el
propio viaje, y no el encuentro, lo que daba sentido a su vida.
El viaje a Ítaca de Kavafis, lo importante es el recorrido y
no la meta.
'Bartleby el escribiente' lo leí también en la
adolescencia y al releerlo ahora la impresión es la misma, con una diferencia.
Uno hace y otro no hace. Uno busca, otro evita. Ambos eligen. La esencia de la
libertad.
Pero el escribiente Bartleby parece dar un paso más, porque
en su enigmática y turbadora actitud el viaje y la meta coinciden al
instante. Cada vez que responde a las peticiones de su jefe con la frase
"preferiría no hacerlo" coinciden meta y decisión. Es una negación a
seguir un camino ajeno, que comienza y se cumple en el propio momento.
En cuanto a la naturaleza de esa negación no se
trata de ninguna reivindicación de condiciones laborales (por
muy interesante que sea la vieja actitud pacífica de Ghandi de la resistencia pasiva), sino
una expresión íntima de su propio camino, la única forma posible de vivir de
verdad su propia vida, asumiendo como natural, e inevitable, que eso es lo
único que puede hacer un ser humano en este extraño mundo en el que aparecemos
y transitamos. Todo lo demás serían consideraciones prácticas ilusorias en el mejor
de los casos, en el peor serían malentendidos que alejarían la posibilidad de
la libertad, la base de la satisfacción vital.
Y eso no supone garantía de felicidad, sino
sólo de exploración y cuestionamiento perpetuo, que puede acabar bien
o mal (como en este relato el final destructivo de Bartleby). Aunque con ello se posibilita
la aparición de puertas, mientras que en un recorrido cotidiano convencionalmente impuesto sólo pueden aparecer
espejismos.
¿Lo más deseable sería coincidir personalmente con las convenciones de la época?
Sin embargo, el jefe y los demás empleados de la
oficina donde trabaja el escribiente acaban usando, involuntariamente, el verbo
"preferir" tan querido por Bartleby. Como si en el fondo apreciaran
su actitud, aunque sin poder ni querer compartirla.
De ahí la reacción de su jefe al principio
desconcertada, luego perpleja, camino a la total turbación. Llegando a
plantearse justificaciones para seguir admitiendo en la
oficina a ese conmovedor, inquietante empleado. A él también le cala hasta los
huesos su serena pero implacable elección y no pudiendo resolverla en su
interior, tampoco atina a actuar de manera alguna frente a ella. No puede
digerirla y acaba por huir y dejar el desconcierto del escribiente a los
siguientes inquilinos de la oficina abandonada. Como lo que se deja en una
mudanza, en medio de la casa ya vacía, porque no es basura que se tira pero
tampoco se sabe qué hacer con ello y preferimos que sean los siguientes
inquilinos los que quizás sepan usarlo.
Existe una película de 1976 (fito izda), dirigida por Maurice Ronet, aunque no la he visto. Detalle para curiosos. A partir de aquí menciono el final del relato, así
que los que no lo han leído mejor que se paren en esta línea.
Dentro de la lógica social occidental no es de
extrañar que al escribiente acaben por detenerlo por vagabundo. Me imagino que
en otro tipo de sociedad más mágica, cualquiera primitiva con su visión chamánica de la vida toda poblada de
espíritus y misterio, una persona así tendría su lugar. Un lugar especial, inusual, pero de acuerdo con lo infinito
de la vida.
Quizás la negativa del escribiente, en una sociedad
occidental, sólo podía acabar en la muerte, la desembocadura natural de alguien que rechaza
una forma de vida impuesta.
Yo prefiero pensar, pero sobre todo imaginar, que sí
existen otros ríos, otros mares, bosques, orillas, cuevas, mundos
paralelos...
Un día vi una pintada en la calle. Decía: "la vida es infinito pero no infinita".
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