viernes, 16 de enero de 2015

'La balada del café triste' de Carson McCullers

Por TesaVigal

Carson McCullers nació en Georgia (Estados Unidos) el 19 de Febrero de 1917. Su primera novela, la impresionante “El corazón es un cazador solitario”, publicada a los 24 años impactó considerablemente. Su poderosa manera de escribir y sus temas ya estaban en él. Para mí el principal es el misterio de la identidad, aunque la presencia de personajes más o menos oscuros, esperpénticos, o marginales, ha hecho opinar a algunos que son una galería de personajes costumbristas del Sur profundo donde nació, pero esa visión me parece superficial. 


Creo que no se trata de eso. Afortunadamente, porque el costumbrismo sin más puede ser interesante, pero no deja de ser el lado más aparente de la vida, su lado más obvio, aunque pueda ser gratificante reconocer anécdotas cotidianas. Sin embargo no aporta nada a lo que ya sabemos. Por el contrario el arte bucea y explora, trata de descubrir la esencia de la vida, por debajo y más allá de sus apariencias simplificadoras.

Y Carson McCullers profundiza de sobra, de manera sobrecogedora a veces. Aunque eso no suponga encontrar las respuestas, pero el viaje hacia dentro abre ya multitud de puertas posibles, pasillos laberínticos y espejos, perspectivas y miradas insólitas, y todo el poso del mundo en la piel y en el alma. La oscuridad de las motivaciones y contradicciones de sus personajes va bastante más allá del planteamiento al uso de este tipo de problemáticas, dejando la impresión apabullante de que toda persona es un precipicio sin fondo envuelto en niebla perpetua, sea cual sea su condición. El presentimiento de lo infinito detrás de una mirada.


Esta sobrecogedora novela corta,  “La balada del café triste”, fue publicada en 1951. Se ha dicho de esta autora que está a medio camino de Faulkner y Capote. Yo puntualizaría, me parece que aúna lo mejor de los libros de ambos autores, fundiéndolo de manera tan personal como lúcida.

Potentes imágenes inolvidables. Intensidad desgarrada de sus personajes.  Atmósfera melancólica o trágica, como una sombra alargada que destila sensaciones en múltiples capas emotivas de poesía hecha carne, cuando los símbolos lo son de verdad y por eso están portentosamente vivos. Hay además en ellos un halo perturbador, bien en los gestos o en el físico de sus personajes, en sus decisiones o en sus sueños. Y detalles repentinos que revelan el lado oscuro del mundo, no sólo en el sentido destructivo de la palabra, sino sobre todo en el sentido de lo desconocido. Se me ocurre que un director como David Lynch podría plasmarlos en cine de manera perfecta. Sin embargo la adaptación que hizo John Huston (aunque algunas de sus películas me encantan) de “Reflejos en un ojo dorado”, y a pesar de sus intérpretes (Marlon Brando y Elizabeth Taylor) no logra reflejar esa atmósfera tan típica de esta escritora. Por otro lado es lógico, Huston es un director mucho más “claro” y vitalista, incluso cuando habla de temas negativos. Sin embargo no he visto la adaptación de la balada que hizo Simon Callow en 1991, protagonizada, nada menos, que por Vanessa Redgrave.


En La Balada del café triste bucea en el mar del amor subterráneo. En su carácter arrebatador y repentino, en lo irracional y trágico que suele acompañar a las parejas inadecuadas-destructivas.
A veces, como cuenta la autora en la propia historia, se ama debido a que el amado/a se cruza en el momento oportuno, ante alguien que ha acumulado durante el tiempo suficiente una gran cantidad de amor sin volcarlo en una persona. Otras, puede ser debido a alguna asociación inconsciente que la persona amada “activa”, pone en marcha. Y todo ello sin proponérselo ninguno de los dos miembros de la pareja.

Naturalmente esto sólo le suele pasar a personas muy emotivas, o excesivas. Hay otras sin embargo que parecen pasar por la vida apenas rozándola. No se trata de cantidad de peripecias vitales sino de la forma de vivirlas, aunque sean pocas. Vivir en la superficie de las experiencias, o en su mismo fondo, involucrándose apasionadamente en ellas, o dejándolas revolotear graciosamente alrededor. En este tipo de personas parecería un imposible, por tanto, enamorarse, o al menos contradictorio. Pero no. Si se enamoran no es en realidad de alguien sino que se vinculan afectivamente, a su manera discreta, con la persona que aparece, indiscriminadamente, por la necesidad expresiva del afecto. Por eso pueden “enamorarse” frecuentemente y se diría que les gusta casi todo el mundo porque cualquier pareja vale, y hasta pueden pasarse la vida entera al lado de alguien que jamás han conocido.


Por el contrario los personajes de Carson McCullers, y en concreto los de la Balada, pertenecen a los excesivos. Cada cosa vivida adquiere una involuntaria resonancia que les hace sufrir y gozar muchísimo más. Quizás por eso cada gesto produce la sensación de una especial trascendencia, cuyo efecto puede durar años. La reacción ante un hecho prolongarse durante décadas… Da la impresión de que es en esta gente “resonante”, más o menos complicada o diferente, donde se agita el misterio de la naturaleza humana. ¿Qué es lo realmente humano?

A ese Sur profundo de Estados unidos, apasionado, racista, contradictorio, peligroso y bello llega una noche un esperpéntico y misterioso personaje: un enano jorobado arrastrando una pesada maleta. Y una mujer fuerte e independiente, práctica, sobria, e incluso arisca hasta entonces, que trató cruelmente a un marido que la adoraba de manera, una vez más, desaforada y destructiva, se enamora tiernamente de él ante la perplejidad de todo el pueblo. Y de nuevo una relación desgraciada a la que el dolor parece alimentar en lugar de agotar, sólo que esta vez los papeles están cambiados.
Vanessa Redgrave en la película

Es una historia en la que los hechos y las decisiones duran muy poco, son muy cortos en el tiempo. Son los efectos y las reacciones lo que se prolonga de manera incomprensible y devastadora. Y así su comienzo es con una casa destartalada que parece abandonada, porque su única ocupante hace mucho, mucho tiempo que no sale de ella. Nunca podremos penetrar en el alma que la habita… Aunque entráramos en la casa y habláramos con su habitante. A pesar de haber seguido sus pasos en la historia retrospectiva que se nos cuenta, y saber y presentir cómo ha llegado a ese momento, seguimos sin conocerla.

Una huella única, perdurable y perturbadora. Tristeza y honda dulzura, sabor agridulce y ambiguo. Mucha poesía contenida e incontenible. Tiene algo de catarata salvaje, que toca directamente el alma. Casi implacablemente.


           


lunes, 5 de enero de 2015

El escritor de Tánger: Paul Bowles

Por Tesa Vigal

A partir de sus libros ‘Bajo el cielo protector’ y ‘Por encima del mundo’.

Paul Bowles nació en Nueva York el 31 de Diciembre de 1910. Y pertenece a ese tipo de estadounidenses peculiares, que no lo parecen. Más bien parecen europeos (recuerdo ahora mismo a Allan Poe, Woody Allen, Isadora Duncan, Scott Fitzgerald, David Lynch, Carson McCullers…)


Siendo todavía un jovencito viajó por primera vez a Europa, y ya desde aquel primer viaje lo hizo a la manera nómada que siempre le caracterizó. Fue un viajero de vocación, tanto en sus viajes propiamente dichos como en su manera de enfocar los temas y tramas de sus relatos. No sólo porque en ellos abundan los personajes que viajan por lugares ajenos, sino por su manera testimonial y constatadora de contemplar sin juzgar, de bucear bajo las apariencias para tratar de descubrir la esencia de las diferentes culturas y de lo que sucede en una historia.

Llegó por primera vez a Tánger a los 21 años, donde acabaría instalándose definitivamente en 1947.
Militó durante unos meses en el partido comunista, al que acabaría dejando porque la disciplina de cualquier partido se casa fatal con la libertad de un artista, y con cualquier persona que aspira a ser libre (no es el único, ahora mismo recuerdo a Camus). Viajó por Asia y por México. Aprendió español entre otros idiomas. Y se casó con la escritora Jane Bowles (antes Auer) en 1938. Como apuntó, sutil y lúcidamente Andrés F. Rubio en el texto que publicó en el diario El País a raíz de su muerte en 1999, Paul fue su marido y amigo. Su relación fue ciertamente muy especial y poco frecuente: ambos tenían presente a la persona más allá de sus circunstancias, convenciones sociales o vida sexual. Una conexión profunda y real poco frecuente en las historias amorosas. De alma a alma. Quizás por ello ambos eran bisexuales y su mutua lealtad estaba más allá de cualquier situación, o episodio sexual de su pareja. 
Paul Y Jane Bowles

Jane Bowles es otra escritora fascinante (de quien recomiendo su perturbadora novela “Dos damas muy serias”) y de la que existe una biografía que hace justicia a su lado más ambiguo y perturbador, más atormentado y laberíntico, en la editorial Circe (lamentablemente he olvidado el título, creo que era su nombre: Jane, o Jane Bowles). En ella también se cuenta la oscura y misteriosa relación que tuvo sus últimos años con su amante marroquí de la que sospechaba, y también su marido Paul, que la envenenaba lentamente. Sea como fuere tuvo una crisis “mental”, llamada por unos enfermedad mental, por locura, que la hizo acabar sus días en un sanatorio psiquiátrico de Málaga, donde murió y está enterrada, en 1973 (Por cierto se cuenta de ella que es uno de los dos o tres fantasmas que deambulan por el cementerio de la ciudad andaluza). Ella y Paul conocieron y trataron a varios de los escritores de la generación beat (William Burroughs, Kerouac, Ginsberg…), que les visitaron en Tánger igual que Djuna Barnes, Tennessee Williams, Truman Capote, Gore Vidal… 
Escena de la película 'Bajo el cielo protector'

Los relatos de Paul Bowles giran en torno a la hondura misteriosa de lo existente y las reacciones de la gente ante ello. Cómo lo viven. De ahí que recorran sus historias el miedo, la incomunicación, el desdoblamiento, los sueños (inducidos, sufridos, gozados, o dormidos), la desadaptación, la “extranjería”, la posesión, el tormento, la crueldad, lo desconocido, el deseo, la lucidez, lo lúdico, el destino… En 1949 publicó su primera novela: “El cielo protector”, publicada en la editorial Alfaguara y en Seix Barral. Fue llevada al cine por Bertolucci a finales de los 80 y protagonizada por John Malkovich y Debra Winger. Para mí no es una película redonda, pero sí que logró trasladar a la pantalla la potencia fascinadora de algunas de sus imágenes. Sólo por eso merece la pena verla. Por cierto hay un pequeño cameo del propio Bowles, que sale unos segundos como cliente de un café de Tánger. Esta adaptación le sirvió monetariamente en una de sus muchas épocas de penuria, y para ser reconocido en su propio país, Estados Unidos. 


Otras obras destacadas son: “Cuentos escogidos”, en la misma editorial. Incluye algunos tan fascinantes y sobrecogedores como “Un episodio distante”. “La tierra caliente” escrita en parte bajo los efectos del hachís, el kif marroquí. Publicada posteriormente con el título original “Por encima del mundo” en Seix Barral, anteriormente conocida como ‘La tierra caliente’. “Déjala que caiga” en la editorial Alfaguara. “Cabezas verdes, manos azules” es una crónica de sus muchos recorridos por el Sahara. Y “Memorias de un nómada”, a modo de autobiografía, en la editorial Mondadori. En sus páginas aparece una definición de la magia que la relaciona con el efecto y motor del arte: “la magia es una conexión secreta entre el mundo de la naturaleza y la conciencia humana, un pasaje oculto pero directo que elude la mente”

Es muy significativa la abundancia de referencias en sus títulos a la naturaleza, en su más amplio sentido (mundo, tierra, cielo, manos, cabezas…) En último término ese es el tema omnipresente: el misterio que subyace en la existencia, presente de manera especialmente directa en las manifestaciones de la naturaleza. En ‘El Cielo protector’ y ‘Por encima del mundo’ sus historias parten de una situación similar, la de un matrimonio viajando por lugares lejanos, por culturas diferentes. El primero por el Sahara. El segundo por algún lugar de Sudamérica. En ambos aparece la situación de una pareja y sus relaciones con un tercer personaje, que actúa de espejo y detonante. Provocando la salida de todo lo que estaba encerrado, o dormido, en cada uno de ellos.


En El cielo protector los tres personajes de la primera parte acaban confluyendo, como si fuesen tres ríos, en uno solo (el de ella) mucho más caudaloso y laberíntico, cargado con el bagaje múltiple que se fusiona en ella, perdida y sola en medio del desierto y sus habitantes, en un recorrido interior y exterior, buceando en el tema existencial del lugar personal en el mundo. En cualquier mundo. Porque la extrañeza de una cultura ajena pasa a ser un simple reflejo de lo desconocido de la propia vida, incluso en la cultura propia de la que se parte y que en principio parecía “conocida”. Todo se cuestiona y nada se juzga. Se experimenta y se vive como la única forma de entender, de sentir el latido del mundo, que siempre pasa por el interior de cada persona que lo vive y lo “soporta”, lo transmuta y lo asimila. O trata de hacerlo, la única actitud posible si se busca la libertad y el descubrimiento de la identidad.

En Por encima del mundo se exploran parecidas vivencias, aunque en este caso son los dos miembros de la pareja los que son sometidos a unas circunstancias incontroladas y desconocidas, movidas por el tercer personaje que les separa físicamente y les extravía. Pero aquí se añade el influjo del kif como alterador del nivel de conciencia, que en principio es neutro, pero dependiendo de cómo se use y se viva puede tener efectos de confusión, temor y salida del mundo. O por el contrario de descubrimiento y hondura en uno mismo y la vida.


En ambas novelas la base de lo que se cuenta es la propia experiencia, individual e intransferible, lo único que existe sea cual sea su fuente , mostrando lo que se siente y lo que se piensa, lo que se asocia y lo que se sueña en una situación y ante y con otras personas. Sin valorar ni tratar de interferir en ello. Cuando los planos de sensaciones parecen mezclarse: sueño y fiebre, efectos del kif, vigilia lúcida, fiesta colectiva y soledad… Por eso su manera de contar poderosa y a veces áspera, otras con el aura de espejismo de las imágenes del desierto, está empapada en la intensidad seca del misterio como un pozo sin fondo. Y cada imagen tiene el poder del primer plano, ya se trate de un paisaje de horizonte infinito y cielo altísimo, o de los poros de la piel de un centímetro de un ojo pasmosamente abierto.

Una pequeña muestra extraída de “Por encima del mundo”: “Cerró la puerta y se quedó completamente inmóvil, esperando oír algún sonido en el cuarto; quería estar segura de lo que había visto. La señora Rainmantle estaba acostada todavía en su incómoda postura en la orilla de la cama que daba a la pared, y una de sus enormes piernas colgaba por un lado. En aquel instante de débil luz, a través del velo mosquitero, no podía estar segura, pero creyó ver que la señora Rainmantle tenía abiertos los ojos. Reaccionó cerrando la puerta aún más rápidamente. Y ahora escuchaba.”


Y la diferencia fundamental entre los que viven y pasan por la vida como turistas o como viajeros, (pues no sólo se aplica a los recorridos exteriores) en este párrafo de “El cielo protector”: “Entre el turista y el viajero la primera diferencia reside en parte en el tiempo. Mientras el turista, por lo general, regresa a casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra (Yo añadiría y de su alma). El turista acepta su propia civilización sin cuestionarla y el viajero la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan”.  

El universo inolvidable de Paul Bowles: dunas de arena infinita, luces deslumbradoras, sombras espesas y radicales, ropas y especias de colores intensos, duras líneas de khol bordeando los ojos, encuentros inesperados o buscados en los que se mezcla el destino y el azar, voces con sentidos extraños, zumbido de insectos, juegos de niños en la lejanía, sensaciones al límite de los sentidos, emociones desbordadas en hechos sobrios y escuetos, sueños al mediodía, personajes perdidos, barcos que recorren ríos bordeados de malezas selváticas, frases comprendidas en la distancia, caudalosas emociones de superficie estática, olor en el aire, memorias bifurcadas, equipajes abandonados, ventiladores de aspas en hoteles remotos de poblados aislados, lenguas agitadas y ululantes… Y en fin, como en el propio título de Bowles: cabezas verdes, manos azules.