lunes, 30 de marzo de 2015

'Corazón doble' y 'El rey de la máscara de oro' de Marcel Schwob


Por Tesa Vigal

Autor poco conocido y sin embargo memorable. La potencia y hondura de sus relatos se encuentra pocas veces en la literatura. Y el empleo que hace de los símbolos tiene todo el alcance y el efecto de un sueño. Es decir no usa los símbolos ni las imágenes como adorno, sino para expresar exactamente la realidad de lo que cuenta. Porque es en el lenguaje analógico de los sueños donde se manifiesta la esencial “realidad” de su mensaje, cosa que comparte con el arte en general (cuando es auténtico. Ni esteticista ni superficial). Para poner un ejemplo del uso verdadero de los símbolos acudiré a la visión chamánica de los indios sioux, para la cual el águila o el león no son simples imágenes del sol sino manifestaciones del mismo. Y el sol no es una imagen del Gran Espíritu y la vida, sino una de sus manifestaciones.



En cuanto a la trama de sus relatos el mismo Schwob habla en el prefacio de “Corazón doble” sobre ella: “Puede llamarse crisis o aventura al punto extremo de la emoción. Siempre que la doble oscilación del mundo exterior y del mundo interior provoca un encuentro, hay aventura o crisis”.

Nacido en Francia en 1867 y muerto en 1905. Su tío era conservador de la biblioteca de Mazarino y en ella descubrió libros de todas las épocas. De allí partió su gusto por la antigüedad, paleografía griega y sánscrito, que utilizó de manera personalísima en sus relatos, muchos de ellos con una indefinición tremendamente sugerente, sin espacio ni tiempo concreto.

Fue traductor e introductor en Francia de Oscar Wilde, Thomas de Quincey, Daniel Defoe y Stevenson (de quien era amigo).

En su literatura, de intensas atmósferas la mayoría perturbadoras, destaca lo fantástico (que no literatura fantástica) y lo insólito, lo asombroso o lo onírico, pero siempre con un marcado relieve realista, que es lo que provoca su efecto descolocador y su impresión de largo alcance. Pasó de etiquetas de géneros. No es de extrañar porque la mayoría de sus cuentos son inclasificables.

Aparte de los dos libros de relatos que comentamos aquí, destacan el poderoso “El libro de Monelle”, basado en el recuerdo de una joven obrera de la que estuvo enamorado, mezcla de aforismos, cuento, poema en prosa... También “Minas”, poemas en prosa. Y “Vidas imaginarias” (que influyó mucho en Borges a quien le fascinaba), donde reinventa la vida de personajes históricos.

Los últimos años de su vida, ya enfermo, viajó por loa mares del sur, la isla de Samoa entre otros lugares, siguiendo las huellas de su amigo Stevenson muerto pocos años atrás allí.
De “Corazón doble” destacan:
“Las estriges”, con seres nocturnos devoradores de canto hipnótico como una súplica aguda y suave.

En “Los zuecos” una niña huérfana se encuentra con el diablo en medio de un bosque nocturno. El diablo le dice que se ponga el zueco caído y al calzárselo la niña se encuentra en medio de un camino soleado donde alguien la recoge. Allí comienza su “vida futura”. Acaba casada con un pescador y su vida discurre gris, pobre, triste y maltratada, hasta el momento de su muerte, cuando de repente, de nuevo se encuentra como la niña que fue, con el zueco recién puesto y en la oscuridad del bosque junto al diablo, quien le da a elegir entre la vida que acaba de vivir en el instante de calzarse, o seguirlo a él. ¿Hasta qué punto una vida no está ya “vivida” a partir de cierto instante?...


Los tres aduaneros” que persiguen una quimera, en forma de barco de contrabandistas, en su pequeña barca hasta alta mar, aunque la mayor parte del tiempo ya les han perdido de vista y sólo ven las sombras difusas de una noche sin luna. Beben de su botella de aguardiente y se entregan a sus sueños, esos que desde el principio fueron su auténtico móvil.

“El tren 081” con dos trenes que se cruzan, cuando uno de ellos es un tráfico inexistente”, y en el lapso de discurrir paralelamente ven como en un espejo los gestos repetidos de sus maquinistas.

En “Los sin cara” dos heridos en una guerra pierden su cara en una tremenda herida y la mujer de uno de ellos (en teoría), al no poder distinguirlos se lleva a los dos a casa para tratar de decidir cuál de ellos es su marido.

“Aracné”, con frases como “sus besos escocían como agujas”. El amor como delirio liberador, el de su protagonista fascinado por el tejer vertiginoso de las arañas, su novia bordadora y el éxtasis de ser absorbido por ellas y sus telas de seda.

En “El hombre doble” se pregunta dónde reside la verdadera naturaleza de un ser humano, sobre todo cuando surgen lados, personalidades y/o facetas contradictorias.


“El hombre velado”, o la fascinación paralizante del testigo de un asesinato: “Una de ellas era la idea del asesinato. Pero ya no la concebía como un acto, lleno de terror... la sentía posible, con algunos destellos de curiosidad y un aniquilamiento infinito de lo que siempre fuera mi voluntad. Entonces, el hombre velado se irguió y, mirándome fijamente bajo su velo color de carne humana, se dirigió con pasos sigilosos hacia el viajero dormido. Con una mano lo tomó por la nuca, taponándole al mismo tiempo la boca con un trozo de seda”.

“Beatriz” es un extraño cuento sobre la naturaleza del alma. Dos amantes leen dos versos: “Mientras besaba a Agatón, mi alma se me subió a los labios,/ Ella quería, ¡oh desdichada! Pasarse a él”. Y creen comprender que alma y aliento son una misma cosa. Y así uno promete a su amante moribunda que cuando esté a punto de morir la bese los labios para recibir su alma. Entrega total. Mistificación vertiginosa del beso.

“Lilith” tiene todo el fantasmagórico remolino de un cuento de Allan Poe. Y dentro de esa atmósfera mórbida y sedienta el fin de un amor eterno, la vanidad que suele arrasar el resto de sentimientos, la necesidad de huellas marcadas al rojo sobre las más suaves playas, la inútil invocación a la memoria traicionera.

“Un esqueleto” es una deliciosa e irreverente ironía. Si lo políticamente correcto es hablar bien de los muertos, aquí sucede todo lo contrario a través del divertido y sorprendente encuentro con el esqueleto de un viejo amigo, con el cual el protagonista pasa una inusitada velada.

“El cuento de los huevos” habla sobre la felicidad de gobernar viviendo y dejando vivir, y cómo la desgracia surge de la buena voluntad de interferir en la vida de los otros, con normas aparentemente creadoras de dicha.


De “El rey de la máscara de oro” destacan:
El que da título al libro, una vez más con tiempo y lugar indefinido. Una estirpe de reyes que en un momento olvidado ordenó que todos en la corte llevaran una máscara correspondiente con su función u oficio, y prohibieron la presencia de espejos en palacio. De repente llega un mendigo con la cara descubierta y el rey le deja entrar en el salón del reino con toda la corte reunida.

“En aquellos tiempos la raza humana parecía estar a punto de morir”. Así comienza otro relato en algún lugar y tiempo mítico-simbólico: “La muerte de Odjigh”. Un cazador caminando en compañía de animales. Un muro de hielo golpeado hasta romperlo y liberar el calor del sol devolviendo la vida al mundo.

“El incendio terrestre” que comienza diciendo: “El último arranque de fe que entusiasmó al mundo no lo pudo salvar”. Y este es su final: “El cielo era una cúpula de fuego. En el horizonte no había más que un único punto azul intenso sobre el que se cerraba el ojo de la llama. Un mar rugiente los estaba alcanzando.


Ella se puso de pie y se desvistió. Sus miembros desnudos, frágiles y lisos, estaban iluminados por la luz universal. Se cogieron las manos y se besaron.
-Vamos a amarnos- dijo ella”.

“Las embalsamadoras”: “Encerrar la luna en el marco de un espejo, o freírla en una sartén como una medusa amarilla”. Magia etíope en un tiempo lejano y sin límites. Amar hasta el punto de matar el cuerpo deseado...

“Las milesias”. Las vírgenes de una ciudad comienzan a ahorcarse misteriosamente, sin que nadie se explique el motivo. Y en la ciudad deciden expulsar fuera de sus murallas a las putas, los vendedores de drogas y los filósofos, por si tuvieran relación con la causa de los suicidios.

En “Blanche la sangrienta” nos cuenta de una niña de unos 10 años, casada con un noble medieval, que vaga por los pasillos y salas del castillo con su vestido infantil de novia, se atiborra de pasteles y bebe vino que luego escupe sobre los invitados, para finalmente liberarse de la carga sangrienta del cadáver asesinado de su marido, rezando con su vocecita algunos padrenuestros.

“La ciudad dormida”. Un libro oblongo semienterrado en las arenas de un desierto. Brújulas rotas. Un capitán de pabellón negro. Todos perdidos, de todos los países y todas las lenguas. Actuar siempre sin pensar jamás. La ciudad detenida, la ciudad del silencio.
“El país azul”. Una mano de una niña de 13 años coge la mano de un forastero y le dice: “ven”. Y los más profundos sueños acaban por hacer que su casa huya con ella para siempre...

En fin la motivación de Schwob sería con sus propias palabras: “Atraído hacia un abismo de místicas y desconocidas sombras... Y la pasión hacia lo extraño”.

lunes, 16 de marzo de 2015

'Otras voces, otros ámbitos' de Truman Capote

Por Tesa Vigal

“Entre la gente que escribe están los escritores y están los artistas”. Esta frase de Truman Capote refleja bastante bien la sensibilidad artística que le llevó a escribir ‘Otras voces, otros ámbitos’, aunque me da la impresión de que la esencia lúcida de esas palabras acabó convirtiéndose en la actitud premeditada de la pose, del personaje artificial con el que se defendió en sus últimos años, quizás olvidando que la provocación deliberada está en los escritores y la exploración sincera anida en los artistas. Como diría Almodóvar: “un auténtico provocador lo es involuntariamente”. Pero es que Truman Capote era una persona sensible con una historia dolorosa y la sensibilidad se protege como puede, con muros o con máscaras, o con ambas cosas.


Nació en Nueva Orleáns el 30 de septiembre de 1924. Su madre era una joven inestable y de vida agitada. Al separarse de su padre, éste acabó abandonando a Truman en casa de unos viejos parientes, en una zona rural de Alabama. Allí transcurrió su infancia, como la del niño protagonista de su primera novela, esa maravilla de la que voy a hablar en este texto. A los 10 años ganó un concurso literario infantil, aunque había empezado a escribir antes: “Empecé a escribir cuando tenía 8 años, de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyera. Pero el caso era que sólo me interesaban cuatro cosas: leer, ir al cine, bailar claqué y hacer dibujos. Entonces, un día, comencé a escribir, sin saber que me había encadenado por vida a un noble, pero implacable amo”.

En la adolescencia se reunió con su madre y su nuevo marido de ascendencia cubana. De él tomó el apellido Capote. Y por entonces comenzó a publicar cuentos en revistas culturales como la famosa New Yorker. Y se trasladó a vivir a Nueva York, donde se metió de lleno en el mundillo artístico con su faceta de chismoso con ingenio, insolente y excéntrico. En 1948 publicó su primera y enorme novela, “Otras voces, otros ámbitos”, con gran éxito de crítica y público. Luego llegarían relatos cortos como “Un árbol en la noche”, nuevas novelas como “El arpa de hierba” en 1951, reportajes en prensa y adaptaciones de guiones para el cine. En 1958 se publicó “Desayuno en Tiffany’s”. Y un año después es enviado por el New Yorker para escribir sobre el asesinato de una familia en un pueblo de Kansas.

Es evidente, para cualquiera que lea sus libros literarios, que se trataba de alguien especialmente sensible y dolorido, que utilizaba una máscara social defensiva mordaz y epatante, que le sirvió estupendamente hasta llegar a la crisis que supuso el periodo de redacción y de investigación de su última novela, la famosa y sobrevalorada “A sangre fría”, con el contacto y entrevistas con los asesinos retratados en ella, que le marcó honda y oscuramente.


Ese proceso conflictivo es el tema de la magnífica e impresionante película “Capote” de Bennet Miller, protagonizada por el inmenso actor Philip Saymour Hoffman. Nada que ver con una película biográfica. No cuenta su vida, habla de su alma, revelada con todas sus contradicciones en ese momento crucial de su vida. Por un lado, como artista, la necesidad de usarlo todo como material creativo es instintiva. Por otro, el contacto con el lado más oscuro, la violencia fría, con uno de los asesinos que vivió una parecida infancia abandonada, y con la brutalidad de la pena de muerte, acabó revolviéndole por completo, en una mezcla de culpabilidad (por haber usado a los dos asesinos para sus fines artísticos) y horror.

A partir de entonces no pudo volver a escribir otra novela. Sí libros sobre sus conocidos famosos, más periodísticos que otra cosa. Y más comerciales… Su crisis personal fue acompañada de un declive en su popularidad, que le hizo refugiarse más que nunca en el alcohol y las drogas. Como él mismo decía en una frase de tiempos más optimistas: “Soy drogadicto, soy homosexual y soy un genio”. Su naufragio final acabó con su muerte en 1984, cuando nadie quería saber nada de él.

Personalmente recomiendo para conocerle que no se lea ‘A sangre fría’, su peor libro para mí, quizás, sino ésta su primera novela, y el volumen de sus Cuentos completos en la edición de la editorial Anagrama del 2004.


Otras voces, otros ámbitos
Esas frases rotundas y breves, cargadas sin embargo de significados profundos y reverberantes, como ondas en el río… “parecía como si el sueño le hubiese golpeado”, “el jardín quedó silencioso, secreto y brillante”. Igual que Fitzgerald en una corta frase te mete en un mundo vivo, plagado de sensaciones, rezumando atmósfera, múltiples dimensiones.

Es una historia iniciática, la de un niño en la pubertad al que “aparcan” en la casa de unos parientes desconocidos, en una casa solitaria del profundo sur. Empieza como empiezan todas las vidas: uno aparece en un lugar y tiene que convivir forzosamente con la gente que hay allí, tiene que buscar ayuda para encontrar una meta y para llegar hasta ella. Tiene que descubrir su motor. Pero en realidad siempre se está solo y así se hace el camino, aunque en apariencia estemos rodeados de gente.


La naturaleza deslumbrante, extrema en colores y personajes, del sur de Estados Unidos. La zona legendaria de ese país recorrida y habitada por el alma africana de los negros y su riquísima cultura: creencias, magia, música… Sombras brillantes, casas polvorientas, una cicatriz en el cuello de una negra adolescente, olor a tierra mojada, poderes fantasmales, silencios zigzagueantes, gatos de colores, el tiempo pesando como kilos de flores secas… Es el mundo de esta historia que es el que vivió Capote en su propia infancia abandonada. El misterio que acompaña la visión del mundo de alguien sensible (en este caso, la de un niño de 13 años que viaja solo hasta la casa solitaria de su padre, ausente de su vida durante 12, al morir su madre), empapándolo todo de presencias solapadas y almas subterráneas.

Secretos de familia planeando perezosamente como humo, en espirales lentas y ahítas de pasado. Trata sobre las raíces, que no hay que confundir con la familia de uno, ni con el país donde se ha pasado la infancia, sino con la fuente eterna y oculta de nuestros sueños y nuestros miedos. A veces coinciden, otras no. Pero siempre van más allá de las circunstancias. Por sus páginas se escurre el misterio del porqué de todas las historias. No sólo porque está contado en tercera persona (es decir, el tipo de historia que se cuenta sola, desenvolviéndose por sí misma, con origen y meta inciertos), sino porque dentro de ella los personajes también hablan así, expresando en voz alta las voces interiores que llegan hasta ellos desde algún lugar, independientemente de la persona que lo oye. Creo que la moda actual de los relatos en primera persona revela una ingenua intencionalidad: dar una supuesta veracidad al relato, como si así fuera menos ficción, igual que el tonto truco de dar verosimilitud a una escena poniendo una sarta de marcas (de coches, de tabaco, de relojes, de lo que sea), aunque no sea significativo para el relato, y no siempre lo es. Es más, cuando se trata de dar verosimilitud a algo es que no la tiene, cuando se trata de demostrar algo es que no es auténtico. La autenticidad tiene vida propia, son mundos invocados. La ficción no es mentira más que en apariencia. Y el ensayo y el artículo periodístico son reales pero sólo tocan la superficie de las cosas, datos y pensamientos. No da vida a nada. Como decía Orson Welles: “el arte es una mentira que desvela la verdad”.


Uno de sus parientes le habla al niño como si fuera un adulto, y además sutil y complejo. Sin importarle que le entienda o no. Sabe que el aliento vital de lo que cuenta le llegará perfectamente y le provocará sentimientos y sensaciones. Es de lo que se trata con una obra artística: el efecto. Y es un exorcismo del dolor de su autor. Recuerdo las palabras del personaje del escritor en la película Capote, cuando afirma que él y uno de los asesinos tuvieron una parecida y terrible infancia, sólo que él salió de ella por la puerta delantera y el asesino por la de atrás. Pero igual hubiera podido suceder al revés.

Personajes teatrales y excesivos, incluso a veces esperpénticos, propios de ese sur legendario que aparece también en Faulkner, pero aquí tienen el aura triste y atormentada de ciertos relatos de Carson McCullers (por ejemplo esa maravilla potente y oscura llamada “La balada del café triste”, de la que ya he escrito una reseña en este mismo blog). Una enana con vestido de seda infantil y zapatos de tacón plateados, con labios de muñeca. El negro centenario de botines anaranjados que duerme mientras conduce su carro, dejándose llevar por la mula. El paralítico de ojos siempre abiertos, que deja caer una y otra vez pelotas de tenis que se deslizan por la enorme casa. La mujer de una única mano enguantada en su casa ruinosa en mitad de la nada. El hombre culto retirado, escribiendo a lista de correos de todas las partes del mundo para encontrar al amante perdido. Papeles por el suelo moviéndose como animales. El camino del viento, el mundo que impone temor y reverencia, seres escondidos con sonrisa y cuchillo.

En resumen es un libro cuya lectura es pura delicia, algo lleno, rico, con miles de sugerencias que se escapan por todos sus rincones, hasta llegar a su final mitad trágico, mitad esperpento y de una sobrecogedora intensidad. Podría resumir el corazón de esta novela en la siguiente frase: “otras voces, otros ámbitos, voces perdidas y tenebrosas arañaban sus sueños”.
  

domingo, 8 de marzo de 2015

'El jugador' de Dostoievski

Por Tesa Vigal

Aunque es fácil recopilar para cualquiera los datos cronológicos de Dostoievski, no me resisto a hablar un poco sobre su vida, quizás porque está fundida de rara manera con su obra, con sus relatos; a veces casi se siente sobre ella el roce, escurridizo pero certero, del destino. Nacido en Moscú, el 30 de octubre de 1821, en el hospital para pobres donde trabajaba su padre, un médico alcohólico y de carácter tiránico y agresivo que le marcó profundamente. Su personalidad y sus relatos, excesivos, sensibles, atormentados, con una potente y aguda lucidez, acusaron también el fuerte influjo de su vida difícil y sus circunstancias atormentadas, como un perfecto reflejo externo de su interior, y a la inversa.


El hospital de su padre se encontraba en el mismo edificio del manicomio y frente al cementerio y el patíbulo de ejecuciones. Su madre murió cuando tenía dieciséis años dejando siete hijos. Su padre envió entonces a Fiodor, el segundo de los hermanos,  a una escuela militar. Dos años después, su asesinato a manos de unos campesinos de su aldea fue, quizás, el detonante de los ataques epilépticos de Dostoievski y de su salud irregular, pues Fiodor se sintió copartícipe del asesinato de su tiránico padre, culpable por haberlo deseado.
Empezó a publicar en la década de los 40, con una sorprendente penetración psicológica que iluminaba de manera implacable el interior emotivo de sus personajes. Y, en cuanto a los temas, una simple enumeración de los títulos de sus novelas es reveladora de sus obsesiones, búsquedas y querencias que podrían agruparse en dos bloques. Uno, la defensa y solidaridad con los marginales y desprotegidos del mundo. El otro bloque los tormentos interiores, la complejidad laberíntica del alma humana. Toda su obra, apasionada y apasionante, está salpicada de brutalidad y nobleza, generosidad y muerte, heroísmo y mezquindad, una extrema sensibilidad y una áspera ironía, y una apuesta por el amor tan radical como conmovedora. 

Su primera novela publicada en 1846 fue “Pobres gentes”. El siguiente libro fue “El doble”. En 1848 “Las noches blancas”, una obra reveladora de su atormentada vida amorosa, de amores cruzados, desafortunados o mal elegidos. En ella se cuenta la historia, de tres noches y de ahí el título, de un joven que encuentra en un puente nocturno de San Petersburgo a una chica llorando. La amistad que entablan es profunda, cómplice e íntima pero ella está enamorada de otro, aunque ese otro ha desaparecido de su vida. Cuando el protagonista reconoce su amor por ella reaparece el novio desaparecido y ella se va con él, eso sí, afirmando su enorme afecto y amistad por el protagonista y besándole en los labios antes de irse con el otro.

Poco después, en 1849, acabó de manera terrible su pertenencia a un grupo de jóvenes intelectuales que defendían los ideales surgidos de la revolución francesa, extendidos por toda Europa, pero en un país como Rusia, inmerso todavía en un régimen feudal de siervos esclavizados, la reacción ante cualquier atisbo más o menos humanista, tenía consecuencias durísimas. Fiodor fue condenado a cuatro años de trabajos forzados en una prisión de Siberia y de ese periodo surgió su obra “La casa de los muertos”.
San Petersburgo

Fue puesto en libertad en 1854 y enviado a una guarnición militar en Mongolia. Allí vivió cinco años hasta que se le permitió regresar a San Petersburgo. Se casó con una viuda tuberculosa con la que no fue feliz. Fue una de esas relaciones que parecen un reflejo de algunas de las que aparecen en sus obras, contradictorias y producto de impulsos generosos.
En San Petersburgo funda con un hermano la revista mensual “Vremia”, Tiempo. La revista fue cerrada por un texto subversivo y fundaron otra de corta duración por falta de medios: “Epoja”, Época.

En 1861 publicó “Humillados y ofendidos” en la que aparece por vez primera el tema de la redención personal, el uso positivo del sufrimiento para encontrar la luz y que más tarde retomó en su impresionante “Crimen y castigo”, en 1866. Su protagonista, Raskolnikov, es un joven arrastrado por su espíritu atormentado y contradictorio que le empuja a asesinar a una vieja usurera. Su viaje interior, el que le lleva al crimen, y luego a su liberación íntima durante los años de prisión, es un prodigio de integridad, de sutilidad psicológica, de humanidad dolorida y redimida, de búsqueda inquebrantable de la más alta moralidad.  

En 1864 aparece “Memorias del subsuelo”, a modo de monólogo de un antihéroe atormentado y rebelde, contrario por igual al materialismo y al conservadurismo. Le sigue una época de enfermedad, muerte de su mujer y de su hermano y numerosas deudas. Para saldarlas suscribe un contrato con un editor comprometiéndose a entregar una novela antes de un año y cediéndole los derechos de toda su obra anterior. En caso de no cumplir el plazo de entrega perdería todos los derechos de edición y tendría que devolver los anticipos. Sin embargo, al mismo tiempo, presentó a otro editor el proyecto que acababa de comenzar de Crimen y castigo, por lo cual Fiodor tenía que entregar dos novelas en el plazo de un año.
'Las noches blancas' llevada al cine por Visconti

Embarcado en Crimen y castigo y faltando pocos meses para el plazo de entrega de la otra novela contrata a una joven taquígrafa, Anna Grigorievna, a quien dicta entera “El jugador” entre el 4 y el 29 de octubre. Así conoció a su segunda mujer, pues se casa con Anna meses después. Los siguientes años los pasó viajando por Europa, entre otras cosas para huir de sus acreedores. En 1872 aparece “Los endemoniados”. Luego llegarían sus restantes grandes obras: “El idiota” y su última novela “Los hermanos Karamazov”. Pero ya al regresar a Rusia en 1873 era un escritor reconocido en Europa. Murió en San Petersburgo en 1881.

El Jugador
Esta novela nace de la propia experiencia de Dostoievski, ambientada en los balnearios alemanes que solían frecuentar los rusos por entonces y que eran auténticas capitales del juego. En uno de ellos, en Wiesbaden, probó suerte a la ruleta por primera vez a principios de los años 60. En un segundo viaje para reunirse con su amante Polina Suslova vuelve a la ruleta de Baden-Baden y acaba empeñando el reloj, el anillo de su amante, sableando a sus amigos y finalmente perdiendo a su amante.

“El jugador” es un relato que bucea en el sentido de la culpa y el dolor, como luego lo hará plenamente en Crimen y castigo, pero sobre todo del mecanismo obsesivo y oscuro de cualquier obsesión y adicción. Un mecanismo que surge de la profunda y rotunda emoción de los momentos en que todo es importante, decisivo, trascendente, bordeado por el riesgo y pendiente de los efectos de una elección. Cuando la vida se siente a flor de piel en lugar de escurrirse calladamente, como sucede en lo cotidiano. Eso es lo que encierra el riesgo, que no es más que una decisión de efectos extremos, en este caso por medio de una apuesta a la ruleta.


La adicción al juego le duró a Dostoievski, con altibajos, unos cinco años. Podría haber sido cualquier otra. Una adicción es una pasión extrema y contradictoria, más allá de “necesidades” físicas que en sí mismas no son más que un síntoma, una consecuencia. Si la adicción no generara placer especial no existirían adictos y este origen profundamente psicológico y espiritual suelen eludirlo o silenciarlo quienes pretenden ayudar a estas personas. Pero sin tratar el origen y motor de una adicción nada se consigue. Ni siquiera remarcando sus efectos negativos, porque antes de la muerte existirá el sumo placer. ¿Y no es eso lo que quiere el ser humano?

La diferencia estriba en la necesidad excepcional de un “algo más”. Excepcional no por extraordinaria sino por profunda, el terreno propio de Dostoievski, por el cual no todos los humanos caminan. Esa hondura que roza, o cae en el vértigo y que pasan por alto los que se fijan (en todos los sentidos, en el de observar y en el de engancharse) a los datos y los hechos como si fueran lo único existente, cuando es tan sólo la parte más superficial de la realidad. El miedo aletea en esa actitud, aunque pocos lo reconocen. Sólo los “ingenuos” entre ellos, los que creyeron de buena fe que la vida era así de limitada pero están dispuestos a explorar los nuevos territorios que surjan a su paso.

La novela comienza en forma repentina, en medio de una acción y en medio de un estado de ánimo turbulento, que anticipa y resume el tenso anhelo de la historia y su protagonista: “Finalmente, volvía después de una ausencia de dos semanas”.
Alexei, el protagonista irrumpe en la ciudad balneario enfrentándose a los otros, buscando deliberadamente la discusión y la impertinencia, la expresión desafiante saltándose estúpidos formalismos (se me ocurre apuntar que en ciertos lugares y situaciones de nuestra época actual, en los que parece que hay que pedir perdón si no se dicen tacos o se habla de sentimientos, su actitud quizá desafiaría a la vulgaridad y los gritos), cualquier actitud que trate de cercenar el alma. Sus conocidos le miran desconcertados, sin saber a qué atenerse y en el casino esperan los momentos cruciales de peligrosos efectos.


Alexei acude enseguida a la ruleta sintiendo: “… en mi destino tenía que producirse algo radical y definitivo”. El anhelo por comprender el mecanismo de la vida aparece justo en el momento en el que gana y lo sensato sería dejar la ruleta y retirarse con las ganancias. Pero entonces surge el sentimiento extraño del reto tentador, de seguir hasta el final ese camino y ver así cómo se mueve la propia vida y sus misteriosos pasos. Comprobar qué ocurre a continuación como respuesta, cómo reacciona el azar a nuestros actos. Es decir, ganar o perder son secundarios, en todo caso son simbólicos. La indómita independencia de Alexei provoca y su amor apasionado por su amante Palina (Dostoievski no se molestó en cambiar el nombre al personaje) es tan sincero con todas sus contradicciones de entrega total y rebeldía que resulta incomprensible para ella.

El contraste con otros personajes del balneario, endeudados y esperando ansiosamente la muerte de una abuela y su supuesta herencia, aclara las motivaciones de unos y otro. Ellos sólo quieren dinero. Alexei, el jugador, sólo quiere apostar más allá del resultado de sus apuestas.

Es cierto que cuando gana la emoción de ser aceptado y premiado por la vida es casi una borrachera, un estado febril. Sin embargo, es el vértigo de preguntar a la ruleta lo que le atrae de manera irresistible. En una aparente paralela está su amor difícil por su amante Polina, quien parece corresponder tan sólo a su bondad y lealtad, pendiente del amor de otro hombre que la desprecia, en ese maldito juego tan frecuente de valorar lo imposible y rechazar lo que se ofrece. Cuando esta faceta amorosa pasa de paralela a tangente, conectando con el lado jugador, el vértigo vital de Alexei circula como un viento huracanado que le separa los pies del suelo definitivamente.

Pocos autores he leído que, como Dostoievski, exprese tan visceralmente la borrachera emotiva de lo profundo sin una gota de alcohol, la fiebre sin temperatura, lo incomprensible que se agita en la base de la lógica o en los detalles cotidianos. Y la repugnancia ambivalente ante la ganancia material.

El propósito de contemplar, constatar más bien, el mecanismo compulsivo que borra el interés por cualquier otra cosa, creo que se plasma además a través de otro personaje, indirectamente por tanto ya que la novela está narrada en primera persona. La abuela supuestamente a punto de morir y que irrumpe en la historia para regocijo de Alexei al ver la cara de sus “herederos”, tras un impulsivo viaje desde Moscú que acaba por sanarla. Un personaje dicharachero y con un punto extravagante. Una persona en principio libre, pues a su edad avanzada ya no le importa la opinión ajena y está, además, protegida por su fortuna. Llena de curiosidad por todo y todos, de gestos de poder, seguridad y desparpajo, tropieza de pronto con algo desconocido para ella: una ruleta. Perderá en ella su fortuna al caer presa de la necesidad de desquitarse, una y otra vez. Personaje patético por su inconsciencia. Alexei, por el contrario, apuesta en primera persona, observándose hacerlo movido por un loco desafío y la necesidad de ir hasta el fondo del camino. Y su consciencia lo vuelve estremecedor.

La liberación de una cadena, tras reconocer su existencia, es apostar más allá. En este caso más allá de ese camino. Sentirlo como algo caduco ya vivido. Una apuesta por todo lo demás. De alguna manera una apuesta morosa, pues es el amor lo que intensifica vida y mundo, abre en lugar de cerrar.

La novela acaba en un presente lleno de ambigüedad aceptada, de cierta desesperada melancolía: “¿Y si ahora perdiese los ánimos, si no me atreviese a decidirme?
¡Mañana, mañana terminará todo!”.