martes, 13 de septiembre de 2016

El palacio de la luna, de Paul Auster


Por Tesa Vigal

En esta historia, que acabo de releer con el mismo efecto hondo de un roce del destino sobre los hombros, hay una frase que podría resumir los pasos del protagonista: "uno no puede fijar su posición exacta en la tierra si no es por referencia a un punto en el cielo". Y esa operación necesaria de todo viajero  que no sea turista (excepto si quieres que el gps te guíe, o te pierda, en lugar tuyo) equivale a lo que Marco Fog, adolescente y luego joven, pregunta al mundo con su decisión de acabar de vender la herencia de su tío, saxofonista, las cajas de libros después de leerlos, que le han servido como muebles en su apartamento y han sido comprados por un librero llamado Chandler (como el autor atmosférico de novela negra, creador de Marlowe el detective más melancólico). Ya no le queda dinero para pagar el alquiler y decide irse a vivir a Central Park, sin avisar a nadie, para observar si el mundo responde moviendo ficha, o no, y en caso afirmativo cuál es la respuesta.


Y las vibraciones (en el lenguaje del tiempo de la contracultura en que comienza la historia, año 1969), el magnetismo de su desesperada osadía tendrá una respuesta larga, laberíntica, en realidad varias una dentro de otra, como mis libros favoritos de Auster, bailando con el destino en esos bailes escurridizos, enigmáticos, sorprendentes, que tanto le gustan (al destino, aunque no exista).

Es lo que tiene tocar fondo, o un callejón sin salida, o la desaparición del suelo bajo los pies, todas ellas situaciones excepcionales y, en esos casos y sólo en ellos, el universo también se mueve. No sólo con la aparición de amigos y un curioso trabajo con resultados varios con un punto ambivalente, sino con la incursión en el pasado de otros, además del suyo. Porque la historia que le cuenta su jefe, un viejo imprevisible y arisco en silla de ruedas, rebosa una portentosa atmósfera protagonizada por un pintor visionario que vivió en una cueva del Oeste. Y ese tipo de historias, como también la otra historia paralela en la que está contenida la de Marco Fog, despliega tentáculos de un momento a otro, de un espacio a otro, de un plano a otro, de un espejo a otro...


La fluidez de Auster es en este libro especialmente envolvente, con el ambiguo destello que lanzan las preguntas más íntimas de huella irreversible. No es casualidad que Marco y su tío antes de morir, elaboren mapas imaginarios a contrapelo de la naturaleza: "la Tierra de la Luz Esporádica, por ejemplo, y el Reino de los Tuertos". Pero eso sucede al principio del libro y, sin embargo, leyéndolo tuve la sensación de que toda la historia se desenvolvía como consecuencia involuntaria de ese tipo de acciones inusuales, conectando todo de manera irrepetible.

A Marco se le ocurre pensar que "no se podía separar lo interior de lo exterior sin causar grandes daños a la verdad". Y una frase del viejo en la silla de ruedas: " de pronto, sin la menor sombra de duda, comprendí que mi vida era mía, que me pertenecía a mí y a nadie más. Estoy hablando de libertad". Un vértigo parecido al del visionario pintor en su cueva: "nadie vería nunca aquellos cuadros. Eso era inevitable, pero, en lugar de atormentarle con una sensación de inutilidad, parecía liberarle". Y el párrafo final del libro, cuando Marco Fog quizás conecta con la cadena que ha conectado todo, incluyendo las extravagantes normas que el viejo le dicta para ir al museo de Brooklyn, donde está uno de los cuadros salvados del pintor visionario. Incluyendo el alunizaje ese verano del 69 del Apolo 11 en la luna, su apuesta por el caos en los días de Central Park, su amante perdida, viajar en el metro con los ojos cerrados y en silencio, las llamadas no atendidas en la puerta, la secreta vida de su madre muerta. Incluyendo El palacio de la luna, el restaurante chino donde ha comido con un amor perdido: 
"Era una luna llena, tan redonda y amarilla como una piedra incandescente. No aparté mis ojos de ella mientras iba ascendiendo por el cielo nocturno y sólo me marché cuando encontró su sitio en la oscuridad".