Por Tesa Vigal
Lo que me impresiona de Kafka es su afán, desesperado, por entender lo que no encaja en la supuesta lógica humana. Por ejemplo lo absurdo, lo tiránico de la autoridad cuando rechaza y agrede a todo aquel que se desmarca, pensando libremente. Ese dolor lo conoció muy de cerca en su relación con su padre, tema que trató en concreto, personalmente, en ‘Carta al padre’. Y que siguió explorando en el resto de su obra, en busca de significados, o tan sólo constatando, con una atmósfera mezclada de fragilidad, seca lucidez, perpleja ternura, desolación. En ‘La condena’ se reúnen la mayoría de sus relatos cortos, algunos apenas un párrafo.
Lo que me impresiona de Kafka es su afán, desesperado, por entender lo que no encaja en la supuesta lógica humana. Por ejemplo lo absurdo, lo tiránico de la autoridad cuando rechaza y agrede a todo aquel que se desmarca, pensando libremente. Ese dolor lo conoció muy de cerca en su relación con su padre, tema que trató en concreto, personalmente, en ‘Carta al padre’. Y que siguió explorando en el resto de su obra, en busca de significados, o tan sólo constatando, con una atmósfera mezclada de fragilidad, seca lucidez, perpleja ternura, desolación. En ‘La condena’ se reúnen la mayoría de sus relatos cortos, algunos apenas un párrafo.
Para conocer datos sobre su vida hay
abundantes libros y páginas en internet. Por eso, como en la mayoría de autores
de este blog, me limito a contar mis impresiones como haría charlando con un
amigo sobre libros especiales. Tanto que los recomiendo, por si acaso a alguien
le apetece leerlos y llega a disfrutar con ellos tanto como yo. A mí me encanta
que me descubran cosas.
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La Praga de Kafka, su museo |
También me seduce de sus textos la
importancia de lo sutil, de los matices (en ellos radica la inteligencia de las
cosas), de ahí la constante, marcada separación entre comprender y justificar,
algo que muchas personas aún usan como equivalentes con todo el peligro de la
vieja actitud de “el fin justifica los medios”. Algo que me da mucho miedo.
Creo que a Kafka también, sobre todo cuando viene envuelto en las temibles
buenas intenciones, causantes a veces de tanto dolor.
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Versión en cine, Orson Welles, de su novela |
Comprender algo es quitarle poder, el
poder de lo desconocido, de lo impenetrable, sobre todo si se trata de un dolor
que nos han causado. Al entenderlo su efecto disminuye, incluso llega a
desaparecer y esto es lo más deseable si el daño recibido ha sido devastador.
Ese tipo de dolor intenso suele suceder más en la infancia, acompañado por la
desoladora sensación de lo absurdo, de algo desconocido viniendo de no se sabe
dónde (sobre todo si ese daño lo origina alguien que supuestamente nos quiere,
nos protege, un padre sin ir más lejos).
Lo desconocido se escapa a nuestro
control, pero cuando se aplica a personas es inevitable asimilarlo,
gestionarlo, reaccionar como se pueda, por eso puede llegar a fascinarnos y al mismo
tiempo llenarnos de un miedo que empape nuestra vida. Pero si se llega a
conocer su mecanismo, su origen, desaparece el poder de lo incomprensible,
incluso puede convertir a la persona, antes temible, en alguien patético de
quien hay que defenderse.
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Frase suya |
Por eso jamás debe confundirse con la justificación.
Por el contrario, hay que señalar al causante del dolor y alejarse de esa
situación, o persona. Aunque la condena, como se refleja en el primer relato
del libro con el mismo título, se revele absurda, desvele contradicciones,
incluso desemboque en callejones sin salida.
Pero la huella del dolor es alargada y es
difícil alejarse de ella. En algunos relatos, Kafka parece rozar la comprensión
anhelada, incluso hay uno donde parece invocar la libertad y la maravilla, a
modo de grito de guerra: ‘Deseo de ser piel roja’. Es mi favorito del libro, me
emociona, y es tan corto y fascinante que lo cito aquí:
“Si uno pudiera ser un piel roja, siempre
alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente
sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no
hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas,
y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido
las crines y la cabeza del caballo”. Fusión total con la tierra, con sus seres,
formar parte de ella, visión sioux.
Pero en otros, Kafka parece vencido, o
perdido en el laberinto. Como en el desolador ‘Ante la ley’, especialmente
sutil porque bucea en la necesidad de sentido, de significado, de nuestro lugar
en el mundo, concretada en ese campesino que espera largos años ante la puerta
de la ley:
“-Todos se esfuerzan por llegar a la ley-
dice el hombre -¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que
yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está
por morir y, para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le
dice al oído con voz atronadora:
-Nadie podía pretenderlo porque esta
entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.
Sí, es como un sueño, con toda su enorme
carga de emoción, símbolos vivos, intimidad y sin embargo ese toque
pavorosamente neutral de nuestro cuaderno de bitácora nocturno.
Quizás esa misma búsqueda de significado
se aplicara a sus propios escritos, y por eso vino la petición a su amigo, Max Brod,
de que los destruyera tras su muerte, en 1924, a los 40 años. Su amigo no le
hizo caso y, gracias a ello, ahora se conocen los escritos de Kafka. Este es
otro gran tema que le hubiera encantado a Kafka: ¿su amigo se comportó
lealmente al no respetar su deseo, o por el contrario fue un traidor?