domingo, 8 de marzo de 2015

'El jugador' de Dostoievski

Por Tesa Vigal

Aunque es fácil recopilar para cualquiera los datos cronológicos de Dostoievski, no me resisto a hablar un poco sobre su vida, quizás porque está fundida de rara manera con su obra, con sus relatos; a veces casi se siente sobre ella el roce, escurridizo pero certero, del destino. Nacido en Moscú, el 30 de octubre de 1821, en el hospital para pobres donde trabajaba su padre, un médico alcohólico y de carácter tiránico y agresivo que le marcó profundamente. Su personalidad y sus relatos, excesivos, sensibles, atormentados, con una potente y aguda lucidez, acusaron también el fuerte influjo de su vida difícil y sus circunstancias atormentadas, como un perfecto reflejo externo de su interior, y a la inversa.


El hospital de su padre se encontraba en el mismo edificio del manicomio y frente al cementerio y el patíbulo de ejecuciones. Su madre murió cuando tenía dieciséis años dejando siete hijos. Su padre envió entonces a Fiodor, el segundo de los hermanos,  a una escuela militar. Dos años después, su asesinato a manos de unos campesinos de su aldea fue, quizás, el detonante de los ataques epilépticos de Dostoievski y de su salud irregular, pues Fiodor se sintió copartícipe del asesinato de su tiránico padre, culpable por haberlo deseado.
Empezó a publicar en la década de los 40, con una sorprendente penetración psicológica que iluminaba de manera implacable el interior emotivo de sus personajes. Y, en cuanto a los temas, una simple enumeración de los títulos de sus novelas es reveladora de sus obsesiones, búsquedas y querencias que podrían agruparse en dos bloques. Uno, la defensa y solidaridad con los marginales y desprotegidos del mundo. El otro bloque los tormentos interiores, la complejidad laberíntica del alma humana. Toda su obra, apasionada y apasionante, está salpicada de brutalidad y nobleza, generosidad y muerte, heroísmo y mezquindad, una extrema sensibilidad y una áspera ironía, y una apuesta por el amor tan radical como conmovedora. 

Su primera novela publicada en 1846 fue “Pobres gentes”. El siguiente libro fue “El doble”. En 1848 “Las noches blancas”, una obra reveladora de su atormentada vida amorosa, de amores cruzados, desafortunados o mal elegidos. En ella se cuenta la historia, de tres noches y de ahí el título, de un joven que encuentra en un puente nocturno de San Petersburgo a una chica llorando. La amistad que entablan es profunda, cómplice e íntima pero ella está enamorada de otro, aunque ese otro ha desaparecido de su vida. Cuando el protagonista reconoce su amor por ella reaparece el novio desaparecido y ella se va con él, eso sí, afirmando su enorme afecto y amistad por el protagonista y besándole en los labios antes de irse con el otro.

Poco después, en 1849, acabó de manera terrible su pertenencia a un grupo de jóvenes intelectuales que defendían los ideales surgidos de la revolución francesa, extendidos por toda Europa, pero en un país como Rusia, inmerso todavía en un régimen feudal de siervos esclavizados, la reacción ante cualquier atisbo más o menos humanista, tenía consecuencias durísimas. Fiodor fue condenado a cuatro años de trabajos forzados en una prisión de Siberia y de ese periodo surgió su obra “La casa de los muertos”.
San Petersburgo

Fue puesto en libertad en 1854 y enviado a una guarnición militar en Mongolia. Allí vivió cinco años hasta que se le permitió regresar a San Petersburgo. Se casó con una viuda tuberculosa con la que no fue feliz. Fue una de esas relaciones que parecen un reflejo de algunas de las que aparecen en sus obras, contradictorias y producto de impulsos generosos.
En San Petersburgo funda con un hermano la revista mensual “Vremia”, Tiempo. La revista fue cerrada por un texto subversivo y fundaron otra de corta duración por falta de medios: “Epoja”, Época.

En 1861 publicó “Humillados y ofendidos” en la que aparece por vez primera el tema de la redención personal, el uso positivo del sufrimiento para encontrar la luz y que más tarde retomó en su impresionante “Crimen y castigo”, en 1866. Su protagonista, Raskolnikov, es un joven arrastrado por su espíritu atormentado y contradictorio que le empuja a asesinar a una vieja usurera. Su viaje interior, el que le lleva al crimen, y luego a su liberación íntima durante los años de prisión, es un prodigio de integridad, de sutilidad psicológica, de humanidad dolorida y redimida, de búsqueda inquebrantable de la más alta moralidad.  

En 1864 aparece “Memorias del subsuelo”, a modo de monólogo de un antihéroe atormentado y rebelde, contrario por igual al materialismo y al conservadurismo. Le sigue una época de enfermedad, muerte de su mujer y de su hermano y numerosas deudas. Para saldarlas suscribe un contrato con un editor comprometiéndose a entregar una novela antes de un año y cediéndole los derechos de toda su obra anterior. En caso de no cumplir el plazo de entrega perdería todos los derechos de edición y tendría que devolver los anticipos. Sin embargo, al mismo tiempo, presentó a otro editor el proyecto que acababa de comenzar de Crimen y castigo, por lo cual Fiodor tenía que entregar dos novelas en el plazo de un año.
'Las noches blancas' llevada al cine por Visconti

Embarcado en Crimen y castigo y faltando pocos meses para el plazo de entrega de la otra novela contrata a una joven taquígrafa, Anna Grigorievna, a quien dicta entera “El jugador” entre el 4 y el 29 de octubre. Así conoció a su segunda mujer, pues se casa con Anna meses después. Los siguientes años los pasó viajando por Europa, entre otras cosas para huir de sus acreedores. En 1872 aparece “Los endemoniados”. Luego llegarían sus restantes grandes obras: “El idiota” y su última novela “Los hermanos Karamazov”. Pero ya al regresar a Rusia en 1873 era un escritor reconocido en Europa. Murió en San Petersburgo en 1881.

El Jugador
Esta novela nace de la propia experiencia de Dostoievski, ambientada en los balnearios alemanes que solían frecuentar los rusos por entonces y que eran auténticas capitales del juego. En uno de ellos, en Wiesbaden, probó suerte a la ruleta por primera vez a principios de los años 60. En un segundo viaje para reunirse con su amante Polina Suslova vuelve a la ruleta de Baden-Baden y acaba empeñando el reloj, el anillo de su amante, sableando a sus amigos y finalmente perdiendo a su amante.

“El jugador” es un relato que bucea en el sentido de la culpa y el dolor, como luego lo hará plenamente en Crimen y castigo, pero sobre todo del mecanismo obsesivo y oscuro de cualquier obsesión y adicción. Un mecanismo que surge de la profunda y rotunda emoción de los momentos en que todo es importante, decisivo, trascendente, bordeado por el riesgo y pendiente de los efectos de una elección. Cuando la vida se siente a flor de piel en lugar de escurrirse calladamente, como sucede en lo cotidiano. Eso es lo que encierra el riesgo, que no es más que una decisión de efectos extremos, en este caso por medio de una apuesta a la ruleta.


La adicción al juego le duró a Dostoievski, con altibajos, unos cinco años. Podría haber sido cualquier otra. Una adicción es una pasión extrema y contradictoria, más allá de “necesidades” físicas que en sí mismas no son más que un síntoma, una consecuencia. Si la adicción no generara placer especial no existirían adictos y este origen profundamente psicológico y espiritual suelen eludirlo o silenciarlo quienes pretenden ayudar a estas personas. Pero sin tratar el origen y motor de una adicción nada se consigue. Ni siquiera remarcando sus efectos negativos, porque antes de la muerte existirá el sumo placer. ¿Y no es eso lo que quiere el ser humano?

La diferencia estriba en la necesidad excepcional de un “algo más”. Excepcional no por extraordinaria sino por profunda, el terreno propio de Dostoievski, por el cual no todos los humanos caminan. Esa hondura que roza, o cae en el vértigo y que pasan por alto los que se fijan (en todos los sentidos, en el de observar y en el de engancharse) a los datos y los hechos como si fueran lo único existente, cuando es tan sólo la parte más superficial de la realidad. El miedo aletea en esa actitud, aunque pocos lo reconocen. Sólo los “ingenuos” entre ellos, los que creyeron de buena fe que la vida era así de limitada pero están dispuestos a explorar los nuevos territorios que surjan a su paso.

La novela comienza en forma repentina, en medio de una acción y en medio de un estado de ánimo turbulento, que anticipa y resume el tenso anhelo de la historia y su protagonista: “Finalmente, volvía después de una ausencia de dos semanas”.
Alexei, el protagonista irrumpe en la ciudad balneario enfrentándose a los otros, buscando deliberadamente la discusión y la impertinencia, la expresión desafiante saltándose estúpidos formalismos (se me ocurre apuntar que en ciertos lugares y situaciones de nuestra época actual, en los que parece que hay que pedir perdón si no se dicen tacos o se habla de sentimientos, su actitud quizá desafiaría a la vulgaridad y los gritos), cualquier actitud que trate de cercenar el alma. Sus conocidos le miran desconcertados, sin saber a qué atenerse y en el casino esperan los momentos cruciales de peligrosos efectos.


Alexei acude enseguida a la ruleta sintiendo: “… en mi destino tenía que producirse algo radical y definitivo”. El anhelo por comprender el mecanismo de la vida aparece justo en el momento en el que gana y lo sensato sería dejar la ruleta y retirarse con las ganancias. Pero entonces surge el sentimiento extraño del reto tentador, de seguir hasta el final ese camino y ver así cómo se mueve la propia vida y sus misteriosos pasos. Comprobar qué ocurre a continuación como respuesta, cómo reacciona el azar a nuestros actos. Es decir, ganar o perder son secundarios, en todo caso son simbólicos. La indómita independencia de Alexei provoca y su amor apasionado por su amante Palina (Dostoievski no se molestó en cambiar el nombre al personaje) es tan sincero con todas sus contradicciones de entrega total y rebeldía que resulta incomprensible para ella.

El contraste con otros personajes del balneario, endeudados y esperando ansiosamente la muerte de una abuela y su supuesta herencia, aclara las motivaciones de unos y otro. Ellos sólo quieren dinero. Alexei, el jugador, sólo quiere apostar más allá del resultado de sus apuestas.

Es cierto que cuando gana la emoción de ser aceptado y premiado por la vida es casi una borrachera, un estado febril. Sin embargo, es el vértigo de preguntar a la ruleta lo que le atrae de manera irresistible. En una aparente paralela está su amor difícil por su amante Polina, quien parece corresponder tan sólo a su bondad y lealtad, pendiente del amor de otro hombre que la desprecia, en ese maldito juego tan frecuente de valorar lo imposible y rechazar lo que se ofrece. Cuando esta faceta amorosa pasa de paralela a tangente, conectando con el lado jugador, el vértigo vital de Alexei circula como un viento huracanado que le separa los pies del suelo definitivamente.

Pocos autores he leído que, como Dostoievski, exprese tan visceralmente la borrachera emotiva de lo profundo sin una gota de alcohol, la fiebre sin temperatura, lo incomprensible que se agita en la base de la lógica o en los detalles cotidianos. Y la repugnancia ambivalente ante la ganancia material.

El propósito de contemplar, constatar más bien, el mecanismo compulsivo que borra el interés por cualquier otra cosa, creo que se plasma además a través de otro personaje, indirectamente por tanto ya que la novela está narrada en primera persona. La abuela supuestamente a punto de morir y que irrumpe en la historia para regocijo de Alexei al ver la cara de sus “herederos”, tras un impulsivo viaje desde Moscú que acaba por sanarla. Un personaje dicharachero y con un punto extravagante. Una persona en principio libre, pues a su edad avanzada ya no le importa la opinión ajena y está, además, protegida por su fortuna. Llena de curiosidad por todo y todos, de gestos de poder, seguridad y desparpajo, tropieza de pronto con algo desconocido para ella: una ruleta. Perderá en ella su fortuna al caer presa de la necesidad de desquitarse, una y otra vez. Personaje patético por su inconsciencia. Alexei, por el contrario, apuesta en primera persona, observándose hacerlo movido por un loco desafío y la necesidad de ir hasta el fondo del camino. Y su consciencia lo vuelve estremecedor.

La liberación de una cadena, tras reconocer su existencia, es apostar más allá. En este caso más allá de ese camino. Sentirlo como algo caduco ya vivido. Una apuesta por todo lo demás. De alguna manera una apuesta morosa, pues es el amor lo que intensifica vida y mundo, abre en lugar de cerrar.

La novela acaba en un presente lleno de ambigüedad aceptada, de cierta desesperada melancolía: “¿Y si ahora perdiese los ánimos, si no me atreviese a decidirme?
¡Mañana, mañana terminará todo!”.
    


   
    

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