Por Tesa Vigal
Maupassant, nacido en Francia en 1850 tuvo una infancia difícil, con un padre violento y mujeriego y una madre neurótica. Heredó una enfermedad de origen venéreo que, posiblemente, le provocó al final de su vida la locura. Ese estado casi siempre relativo, escurridizo y fronterizo. Fue expulsado de un colegio religioso por una poesía irreverente y su adolescencia fue muy movida, entre vagabundeos, borracheras, lecturas… Flaubert, amigo de la familia, le ayudó positivamente en su futura carrera como escritor.
Maupassant, nacido en Francia en 1850 tuvo una infancia difícil, con un padre violento y mujeriego y una madre neurótica. Heredó una enfermedad de origen venéreo que, posiblemente, le provocó al final de su vida la locura. Ese estado casi siempre relativo, escurridizo y fronterizo. Fue expulsado de un colegio religioso por una poesía irreverente y su adolescencia fue muy movida, entre vagabundeos, borracheras, lecturas… Flaubert, amigo de la familia, le ayudó positivamente en su futura carrera como escritor.
En su juventud estuvo
empleado en el ministerio de marina y no soportaba esa gris vida de
funcionario. Gracias a la influencia de Flaubert consiguió colaboraciones en
algunos periódicos y revistas, firmadas con seudónimo. En esa época escribió
varias obras de teatro de carácter erótico. Ese aspecto de la vida le
obsesionaba, quizás influenciado por su padre, y se dedicó a conquistas
amorosas puramente sexuales de las que se enorgullecía. Frecuentó por igual a
prostitutas y a damas de la alta sociedad y sus cuentos reflejan perfectamente
esa dualidad de ambientes.
Su primer relato fue
“Bola de sebo” en 1880, aparecido en el volumen de Las velas de Médan. Una
especie de manifiesto del naturalismo, del que Maupassant pronto se despegó,
trascendiéndolo. Sus relatos van mucho más allá de eso. El volumen estaba
escrito por varios de los escritores que formaban el grupo Médan, presidido por
Zola y al que solía asistir Huysmans, el famoso autor de “Al revés” citado como
libro de cabecera de Dorian Gray, el protagonista de la novela de Oscar Wilde.
Sin embargo en el grupo nadie esperaba nada de Maupassant.
En 1881 publicó su
primer libro de relatos: “La casa Tellier”. Luego “Mademoiselle Fifi” en 1882,
“Una vida” en 1883, “Cuentos del día y de la noche” y “Bel ami” en 1885, cuyo
tema es el arribismo social. Después “Mont Oriol” de 1887 y “El horla”, “Pierre
et Jean” de 1888, “Fuerte como la muerte” de 1889.
El éxito le
proporcionó no sólo dinero sino nuevas y abundantes aventuras amorosas y el
codearse con la buena sociedad. Realizó largos y solitarios viajes por Italia,
África, Inglaterra… En 1883 nació su
primer hijo de una chica aguadora de uno de los balnearios que frecuentaba.
Tuvo con ella otros dos más pero nunca los reconoció, aunque se ocupó de ellos
monetariamente.
En sus últimos
tiempos sus relatos reflejan más que nunca sus obsesiones: la muerte, en
concreto el suicidio, lo invisible, lo angustioso y amenazante. Hablaba de Dios
y los humanos no sólo de manera pesimista sino violenta. Esto se acentuó en un
periodo solitario del que salió su relato “El miedo”.
En una sola noche de
1892 intentó tres veces cortarse el cuello con un cortaplumas, tras otro
intento de suicidio con una pistola. Fue internado en una clínica psiquiátrica
durante el último año de su vida, en la que pasó de periodos de inconsciencia a
otros de violencia extrema y camisa de fuerza, y delirios paranoicos o de
grandeza. Murió en 1893, a
los 43 años.
Sus relatos
El clima emotivo de
cualquiera de sus cuentos es asombroso, además de usar potentes imágenes llenas
de sutil imaginación consigue crear la atmósfera en muy pocas frases. Su
intensidad es portentosa y las situaciones mismas de sus cuentos poseen una
originalidad que se asemejan a las de Marcel Schwob (ver en este blog ‘http://librosconaliento.blogspot.com.es/2015/03/corazon-doble-y-el-rey-de-la-mascara-de.html).
En cuanto a la
manera de enfocar lo extraordinario en la vida cotidiana (tema del libro de
cuentos El Horla) es profunda, sutil y real. Real porque el enfoque está
siempre en la persona que lo experimenta y, por tanto, remite al misterio de la
naturaleza incluyendo el laberinto humano. Y esa es su objetividad, aunque
parezca contradictorio, ya que lo real es la experiencia, sea ésta subjetiva o
no. Es más, se deduce de sus relatos que lo objetivo es lo subjetivo, que lo
único que existe es la experiencia personal, la percepción.
Y el misterio está
en lo insólito, sea o no sea extraordinario. Por ejemplo en el Horla se habla
de un ser invisible y desconocido (y por tanto nada que ver con muertos ni
fantasmas), que entra en la vida del protagonista modificando su realidad y su
vida cotidiana y mostrando así su irrupción.
En el relato
“Aparición”, el deseo y motivo de la presencia de un fantasma (aquí sí se trata
de eso) es que el humano que lo ve le peina su larga cabellera, emergiendo un perturbador
clima sensual, que también apunta a la misteriosa costumbre de seres acuáticos
como ondinas y sirenas de peinarse durante horas y horas, y de ahí a la rica
simbología del pelo como fuente y expresión de la fuerza (no sólo física, sino
como poder personal) y la sensibilidad.
En “Él” la visión es
la de una figura que, de espaldas y sentado en su sillón, ha sustituido una
noche al dueño de una casa, quien a partir de ese momento no puede quedarse
solo porque el horror a lo “cercano desconocido” se ha instalado para siempre
en su vida, haciéndole tomar la decisión de casarse.
En “Magnetismo” un
hombre sueña un sueño apasionadamente erótico, acostándose con una conocida en
la vigilia, a la que hasta entonces no ha prestado ninguna atención por
resultarle indiferente. La fuerza de las sensaciones oníricas lo empuja al día
siguiente a visitarla y el encuentro entre los dos, nada más verse y como si
los dos “supieran”, se transforma en una realización del sueño.
En “Loco” un juez
empieza a justificar a los asesinos víctimas de sus sentencias, y de ahí pasa a
justificar el asesinato como un instinto innato, y finalmente el deseo de ver
correr la sangre por su mano se apodera de él. Pero lo más asombroso e
inquietante es cómo se describen, en primera persona, las sensaciones de placer
embriagadoras al contacto con la sangre y la exaltación como efecto
transformador.
En “¿Quién sabe?” la
historia es contada por su protagonista, recluido voluntariamente en un
manicomio porque tiene miedo de enloquecer. Y es que su experiencia es la de
ser testigo una noche, de regreso a su casa, del desfile de sus muebles huyendo
llenos de vida de ella, y al día siguiente recibir en el hotel, donde ha
decidido pasar la noche, la noticia del robo de todos sus objetos.
Todo está vivo, nada
es lo que parece, lo insólito acecha tras lo cotidiano, lo absurdo reina sobre
la lógica, mejor dicho tiene su propia lógica, la sensatez vive al borde de un
abismo de locura o delirio, el corazón humano no tiene fondo, el motor de la
vida es tan misterioso e inaccesible como la naturaleza de los deseos, la
intensidad se reparte por igual entre los vivos y entre los muertos. La negrura
reina y acecha sobrevolando la vida, tanto por oscura como por desconocida. La
fragilidad es compañera del movimiento vital. El universo es insondable y la
locura tan normal que eso es lo que la envuelve en miedo. La soledad está
superpoblada y el aislamiento amenaza en medio de una multitudinaria fiesta. La
muerte es tan consoladora como reveladora. Lo cotidiano tan insufrible como
abismal. Ese es el universo de Maupassant.
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