Por Tesa Vigal
El aroma de la contracultura en este curioso conjunto de textos del siglo XIX y
XX, escritos bajo la influencia de hashish, opio o alucinógenos, o
bien hablando sobre sus efectos creativos. No se ocupa de la cocaína
ni de la heroína, al considerar que
los textos existentes relacionados con estas drogas no tienen
calidad ni interés suficientes, lo cual ya dice bastante de su
diferente naturaleza.
Más
que la selección de los propios textos –bastante irregular-
es interesante la perspectiva a la que apuntan casi todos, por su
contenido: una importante alteración de conciencia, en cuanto
complementaria, para un conocimiento más profundo y completo de la realidad.
Por
mi parte añadiría la importancia de la forma ritual, excepcional,
de usar plantas de poder los pueblos indígenas. Es decir, sin
ninguna relación con el uso festivo con que se ha usado
mayoritariamente en Occidente. Por el contrario, en la visión
indígena tiene un significado curativo, exploratorio de lugares,
pérdidas, motivos, y también para conocerse a sí mismo, su papel
en la comunidad, su sitio en el mundo, o alguna visión orientativa
en momentos especialmente confusos o conflictivos. En todos estos
casos se hace de manera puntual y con un objetivo concreto. Lo
contrario de lo rutinario que acompaña el uso, a veces, en
occidente, y mucho menos la adicción que encadena, en lugar de
liberar.
Coleridge |
El
cuento de Coleridge habla de la vida nómada de Caín, tras el
asesinato de su hermano. Del malditismo. De fundir la luz solar y
lunar, de fundir contrarios. Y la insólita hipótesis, en boca del
fantasma de Abel, de que el dios de los vivos –que le quería- es
distinto del dios de los muertos, que le rechaza.
Thomas
de Quincey, famoso por su libro “Confesiones de un inglés
comedor de opio” donde relata, conmovedoramente, las causas y
consecuencias de su adicción, está representado por un texto
visionario de potentes imágenes, como por ejemplo un carro romano
cabalgando a lo largo de una catedral.
Poe,
en su relato “cuento de las montañas escarpadas” habla de
un hombre que, tras tomar morfina, tiene una visión en la que se ve
muerto por una flecha en unos disturbios en Oriente. Duda si está
soñando, pero está seguro de estar despierto y así se lo cuenta a
un médico que tiene un amigo, igual físicamente a su paciente, que
acaba de morir de un flechazo en unos disturbios en Oriente. Y, como
siempre en Poe, la atmósfera de sus relatos está por encima de su
contenido, o los desborda, con la avasalladora fusión de múltiples
realidades. Una fusión sentida dolorosamente como el lado hondo,
incomprensible de la vida, que siempre se revela más laberíntica
que los sueños que a veces la invocan.
Poe |
Tras
un cuento de Mangan, que refleja el terror ante el absurdo de
ver crecer la nariz de un vecino de mesa, en un bar, hasta el punto
de amenazar la existencia de la ciudad de Dublín donde están, viene
el relato de Théophile Gautier en el que narra propiamente
una sesión del club del hashish que da título al libro.
Se
trataba de unas reuniones periódicas en el hotel Pimodan de París,
en las que se reunían escritores como Nerval, Baudelaire,
Rimbaud..., para experimentar con el haschisch. Incluso convencieron
una vez a Balzac para que fuera, aunque se negó a probar nada.
La
experiencia de Gautier es abiertamente alucinógena (no es de
extrañar, pues no lo fumaban sino que se lo comían a cucharadas).
Tiene además los efectos de una alteración de conciencia
fusionadora: Gautier se convierte en lo que ve, los sonidos tienen
formas coloreadas, etc. También se presenta el típico efecto de
alteración de la percepción del tiempo (tarda en recorrer un salón
10 años) y se encuentra a un grupo de gente que afirma que el tiempo
ha muerto. Y entremezcladas imágenes surrealistas como los peldaños
blandos de una escalera.
Nerval |
Nerval
relata un cuento egipcio, en el que se afirma que el hashish hace que
los humanos crean en prodigios y aparece un curioso personaje
enamorado de su hermana y que afirma ser Dios, ante el escándalo de
sus oyentes.
El
texto de Rimbaud es, como siempre, potente y visionario:
“Comenzó entre risas de niños y así terminará (...) Comenzó
con toda la zafiedad del mundo y mirad que termina con ángeles de
fuego y hielo”.
Claude
Farrère nos relata un cuento en un fumadero de opio en una casa
nueva, simple y fea. Pero en ese escenario tan banal sucede sin
embargo un prodigio inexplicable, tan sobrecogedor que nadie se
atreve siquiera a comentarlo. Una mujer desnuda, sin apenas saber
leer ni escribir, empieza de repente a hablar en latín.
Yeats,
el poeta irlandés, nos habla de manera mágica de los 3 Reyes Magos
de Oriente. Tres ancianos viajando a pie y de noche “a horas en
que los inmortales están despiertos”. En sueños, una voz les
dice que vayan a París donde una mujer agonizante les revelará los
nombres secretos de los dioses, “que pueden ser dichos
perfectamente sólo cuando la mente está embriagada de ciertos
colores, olores y sonidos”. Y añade: “Tal vez el
cristianismo fuese bueno y al mundo le gustase, ahora está
desapareciendo y los inmortales comienzan a despertar”.
Yeats |
Alister
Crowley, ese personaje histriónico por su deliberado deseo de
provocación, tras una pipa de opio se durmió y soñó con el relato
que escribió nada más despertar: “La estratagema”. El relato de
un viajero, insolente e insólito, que le cuenta a un inglés (tras
alarmarle con la confesión “tal vez sea un asesino convicto”)
una delirante temporada carcelaria, de la que escapó gracias a la
estratagema de un loco. En realidad ese es el tema de su cuento:
dónde empieza y acaba lo racional y su diferencia con lo razonable.
Kerouac
aporta uno de sus textos con forma de río mental de respiración
contenida, él también cabalgando (como Coleridge) con un caballo
blanco por las callejuelas de una pequeña ciudad.
Kerouac |
Allen
Gisberg relata una toma de ayahuasca en un grupo con chamán, en
la selva peruana. Comentando sobre sus efectos: “Cuando ‘viajas’
penetras en internos corredores, entras dentro del corazón”.
Timothy
Leary, psicólogo con un antes y un después en su vida, tras la
toma de unos hongos alucinógenos, habla en su texto sobre el efecto
de un viaje con LSD, que podría resumirse en su frase: “Todo es
conciencia”. Para él como para Alan Watts tomar LSD es como un
rito sagrado y un acto político. Y sus intentos de investigación de
los efectos de las drogas fueron sistemáticamente hostigados por la
policía.
Alan
Watts busca, en su texto, la identidad de ese que es consciente.
Texto muy interesante y orientalista con fuertes sentimientos
panteístas. “En el fondo, no hay manera de separar el yo mismo
de lo otro. Empiezo a percibir que el yo y lo otro, lo habitual y lo
extraño, lo interior y lo exterior, lo previsible y lo imprevisible
se implican mutuamente”.
Craddock
tiene un delirante relato en el que un tipo que toma ácido se siente
Dios y se pasa los días agotado haciendo que el sol salga y se ponga
y lo mismo la luna y las estrellas, etc. Y empieza a leer de todo
incansablemente, por primera vez en su vida. Y hay un mensaje escrito
sobre la arena de una playa, en el que se pide a Dios que se ponga en
contacto con él y para ello se apunta a continuación su número de
teléfono.
Dibujo de William Blake |
Andrew
Weil diserta sobre las diferencias entre lo que llama pensamiento
“pirado” (bajo los efectos de drogas) y el pensamiento racional,
por ejemplo sobre la ambivalencia natural en el pensamiento pirado,
cosa que afirma el zen. “Experimentamos las cosas directamente,
vemos contenidos internos más bien que formas exteriores”. Y
añade dos frases maravillosas, una de Lao Tsé (el autor del
libro cabecera del zen “El libro del Tao”): “Aquel que
prefiriendo la luz,/ prefiere también la oscuridad,/ tiene en sí
mismo la imagen del mundo./ Y, por ser imagen del mundo,/ es
continuamente, sin fin,/ la morada de la creación”. Y otra del
poeta William Blake: “Si las puertas de la percepción
estuviesen despejadas, todas las cosas se le aparecerían al hombre
como son: infinitas”.
Paul
Bowles en su relato “El viento en Beni Midar” nos
habla de unos hombres de la montaña que bajan a un café, y tienen
que ponerse a bailar porque la música les posee. Podían hacer sólo
lo que la música les decía que hicieran.
Paul Bowles |
En
el relato de Terry Southern, a un sustituto de un redactor
enfermo, de una revista de Nueva York, amante de sustancias añadidas,
se le ocurre leer todos los textos enviados por la gente que antes
iban directamente a la basura. Eso no es todo, acabará escribiendo
un texto impublicable, sobre la muerte de Kennedy, por grotesco e
irreverente.
De
Hunter S. Thompson aparece un fragmento de su famoso “Terror
y asco en Las Vegas”, en el que dos tipos que, van colocados
hasta las cejas, recogen a un autoestopista y tratan de convencerle
de que todo va bien sin que se note que van colocados y los intentos
resultan ser todo menos tranquilizadores. Nada especial, la verdad,
tiene este fragmento (ignoro el resto de la novela porque no la he
leído).
En
cuanto al texto de John Lennon no tiene el menor interés,
hubiera sido mejor sacar cualquiera de sus muchas letras de
canciones. Las tiene y algunas, junto con la música, creadas bajo
los efectos de añadidos. Como él mismo reconoce en el libro “Lennon
recuerda” (larga entrevista hecha poco después de la
separación de los Beatles) ante la pregunta “¿Cuánto duró el
LSD?”, él responde: “Duró años. He debido hacer mil
viajes... Solía tomarlo a todas horas”.
Lennon |
En
el relato de Smokestack El Ropo, colaborador de Rolling Stone,
titulado “Fábula tercera” se habla de un tipo que va a comprar a
un camello, con fama de liante. Tiene, efectivamente, el aire de
fábula atemporal con detalles como que el camello sea un gigante que
vive en una cueva y el camino que recorren juntos.
Jerry
García, compositor y guitarrista del grupo Greatful dead, de
tortuosas y filosóficas letras, aparece entrevistado por la revista
Rolling Stone. Una de sus frases: “No estoy hablando de estar
inconsciente o ido. Estoy hablando de ser plenamente consciente”.
Y
cierra la antología un texto muy interesante de Aldous Huxley,
donde alude a la importancia de una percepción pura, sin
condicionamientos culturales. Para él la alteración de la
conciencia inducida por los alucinógenos ayuda a vivir. Menciona a
los que a veces perciben así: artistas, visionarios y místicos. Y
cita al filósofo Plotino: “la otra forma de mirar, de la que
todos no han hecho sino muy poco uso”.
En
resumen un libro políticamente incorrecto, porque algunos textos
recomiendan el uso de drogas aunque, en general, de manera puntual y
especial, cuyo mayor interés reside en su exploración de las
diversas formas posibles de percepción del mundo y las consecuencias
vitales que implican. Y es que está editado a finales de los
setenta, una época en la cual se trataba de investigar de manera
trascendente en la materia, aunque ya estuviera divulgada por
entonces la toma puramente lúdica de drogas (pero menos que ahora,
cuando prácticamente es la única, y errónea, manera de
tomarlas). Esta puntualización es muy importante, sobre todo en
cuanto a los alucinógenos, pues son sustancias radicales,
peligrosas, cuando no adulteradas de manera letal.
Baudelaire |
Sobre todo si se trata de alucinógenos tribales (como ayahuasca, peyote,
hongos, etc.), que deben tomarse exclusivamente en el contexto
chamánico que les es propio, pues es allí donde se podrán
encontrar los apoyos necesarios para una buena experiencia, además
de completa. Abstenerse de tomarlas en occidente sin la guía de un
auténtico chamán, muy difícil de encontrar aquí, aunque hay
peligrosos tipos que pueden engañar en el mejor de los casos para
sacar el dinero (mucho) estafando, y en el peor hacer tomar
sustancias peligrosas y/o mortales. La cantidad de la toma es además
decisiva y si se sobrepasa mínimamente resulta directamente mortal.
Yo
lo descubrí hace años en la editorial Edhasa. Actualmente lo ha
reeditado la editorial Miraguano, con un texto a modo de epílogo de
Antonio Escohotado.
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