martes, 28 de octubre de 2014

La irrepetible atmósfera de Allan Poe


Por Tesa Vigal

Su laberinto: persona y obra inseparables
Rizos negros. Húmedos ojos grises de profunda tristeza. Voz murmuradora, insinuante, magnética. Siempre con su viejo y raído capote de soldado de West Point sobre sus hombros algo inclinados. Temor y fascinación, rechazo y hechizo. Aquí una curiosa frase en pasado: “Mi vida ha sido azar, impulso, pasión, anhelo de soledad, mofa por las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro”. 



Cuentan, los que le conocieron, que su presencia bastaba para turbar apacibles y acomodaticias reuniones literarias. Y si hablaba el aire quedaba hecho añicos, y un clima ambiguo –infernal y angélico- comenzaba a enredarse en la animadversión de unos y la admiración de otros, trayéndoles a la memoria el olor de sus aficiones: el opio dulzón y fantasmagórico, el ron de los piratas y las pesadillas a flor de piel. En palabras de su novia Mary Devereaux: “Mr. Poe no valoraba las leyes de Dios ni las humanas”.

El efecto de sus relatos, efecto de algo que resuena en nosotros, es por encontrarnos fuera lo que ya estaba dentro. Su atmósfera irrepetible y potente se sale de cualquier género, como ocurre con cualquier obra poética (uso la palabra poética como sinónimo de arte). Su rotunda intensidad emocional, cuyas raíces parecen surgir de los más profundos pantanos y mares y alzarse gloriosamente, explora los límites sensoriales y espirituales. Y al mismo tiempo cada escenario, cada percepción, o cada personaje de sus relatos aparecen envueltos en bruma, en ambivalencia, en una ruptura de límites que pone en evidencia la falsedad esencial de toda definición, y apunta por ello dolorosamente a la verdad. Frase de su relato ‘Ligeia’: “No hay belleza exquisita sin algo extraño en las proporciones”.

Adaptación al cine de 'La caída de la casa Usher' de Roger Corman

Quizás por eso el tema de la identidad está muy presente, de manera directa en relatos como “Ligeia”, o “William Wilson”. En el primero a partir de la posibilidad de la reencarnación, en el segundo a partir del doble. Y el destino, las almas sin fondo, las raíces y frutos de los más ambiguos deseos, el amor cuando es abismo, el contorno onírico de la vida, el dolor de los sentidos, la guarida de la belleza en lo profundo de cualquier cosa… Una edición muy recomendable es la de Alianza editorial traducida por Julio Cortázar.



Parece evidente que tuvo un gran eco en él toda la imaginería legendaria del sur, con toda su cultura negra. Y además sus primeras lecturas de revistas inglesas, llenas de relatos románticos en toda la extensión de la palabra (góticos, excesivos, apasionados, misteriosos, exóticos…). Su propio carácter también era excesivo: sensible, orgulloso, apasionado y rebelde.
No, aquel “aparecido” no podía tener ningún lugar en aquella sociedad provinciana, patriotera, moralista y práctica. Sólo tres cosas le resultaron fáciles: escribir siempre en la miseria, crearse enemigos y emborracharse fantásticamente con un solo vaso de ron.

Sin embargo llegó a conseguir una fama notoria a raíz de la publicación de su poema “El cuervo”. Una fama a pesar de él y más basada en su aureola de personaje maldito, indeseable y torturado, que atraía y repelía simultáneamente. Pero solía vencer este último sentimiento y ninguno de sus sueños se realizó. Nunca pudo tener su propia revista, ni salir de la miseria. Tampoco un feliz amor duradero, ni el enorme afecto que tanto necesitaba aquel huérfano eterno y frágil, turbulento siempre, de voluntad apasionada e inconstante. Porque Poe, a pesar de sus sueños o precisamente por ellos, nunca pudo vivir más que el presente. Movido por la sensación y la emotividad momentáneas, fue un inestable visceral e impenitente. Acunado con frecuencia por la desesperación.


Intentó que le amaran de todas las formas posibles. Desde la súplica hasta la furia, desde la humillación al enfrentamiento. Pero fue un amor maldito que seguía una línea destructiva: enamorado de lo inalcanzable y culpable ante aquello que se le ofrecía.

En la adolescencia vivió su primera historia de amor imposible. Como si tuviera miedo a la felicidad y eligiera siempre mal, inconscientemente. O una parte de él identificara amor con dolor y obstáculos. Quizás ambas cosas. Tanto en su vida como en su obra Poe es contradictorio, aunque por otro lado todas sus facetas acaban por fundirse en un caleidoscopio irrepetible y laberíntico.
Esa primera mujer era la madre de un compañero de curso, Helen. Y ella también perteneció a esa galería de personas amadas tocadas por la desgracia. Helen enfermó gravemente (se menciona la locura) y murió a los 31 años.

Sus siguientes historias amorosas fueron con Sarah Elmira Royster y con Mary Devereaux, frustradas por sus respectivas familias, que veían en Poe alguien demasiado peculiar y poco serio.

Al visitar Baltimore en busca de su auténtica familia, conoce a su tía Muddie. Y a su querida y especialísima prima Virginia. Se casaron y de su relación amorosa trató su poema legendario Annabel Lee , puesto en música por Santiago Auserón del grupo Radio Futura. También se inspiró en sus obras Lou Reed en el disco “The Raven” y Alan Parsons en su disco “Cuentos de misterio e imaginación”. Las adaptaciones al cine han sido, por el contrario, bastante flojas, con la excepción del episodio dirigido por Fellini en la película basada en tres de su relatos dirigidos, respectivamente, por tres directores: Vadim, Malle y Fellini.
Santiago Auserón adaptador de su poema 'Annabel Lee'

La relación con su frágil y patética mujercita de 13 años, Virginia, que le esperaba cada atardecer con un ramo de flores, encierra misterio y también evidencia. De ella tuvo la adoración más conmovedora y sobre todo la justificación y el escudo, imprescindibles frente a su interior atormentado y oscuro. Poe se sentía tranquilizado por el lado infantil que siempre conservó ella. Ambos conectaban en su lado inocente, apoyándose mutuamente frente a un mundo acechante y peligroso. Una burbuja delicada y sensible. Versos de su poema Annabel Lee: “Yo era un niño y ella una niña en un reino junto al mar”.

Su tía se convirtió en una auténtica madre para él. Y en este periodo acogedor empezó sus contactos con editores y llegó a publicar un libro de poemas. Con ellas encontró auténtico afecto y comprensión, pero la miseria y la angustia fue una compañía constante, además de arrastrar siempre sus miedos y fantasmas interiores. En carta a Virginia: “…batallar contra esta vida inconciliable, insatisfactoria e ingrata”.

Pero Virginia murió de tuberculosis (incurable en la época) tras varios años de angustia y agonía. Y Poe comprendió durante ese periodo desolador, en el que se entregó a la amistad apasionada y ambigua con escritoras de Nueva York, que aquello tampoco apaciguaba su turbulencia emotiva. Da la impresión de que Edgard quería ser seguido por ellas en sus juegos absolutos y confusamente perversos. Y ante esa palabra surge el deseo de guardar compasivo silencio, porque Poe fue un retorcido, sutil y delicado, como si se tratara de una tela de araña que sustituyera a su pelo.


Su cuento “El demonio de la perversidad” es todo un análisis lúcido y triste de esa parte de su persona que le hacía siempre hacer justo lo que no quería, y empujarle a una pasividad de pesadilla cuando sabía que era preciso actuar. Un espíritu presente en todas las facetas de su vida, que llegó a convertirse en su peor enemigo. Aparecía inesperadamente en los momentos más decisivos, ahuyentando a posibles amigos, mecenas y admiradores. Por ejemplo cuando alguien quiso financiarle su sueño, la revista propia. Bien porque su ánimo estaba ya desbordado por el dolor, o porque en él dominaba su lado auto destructivo, en vez de entrevistarse sereno y sobrio con su posible benefactor, se volcó en el alcohol y se presentó en condiciones penosas y con actitud desafiante. Quizás se defendía de un destino feliz para el que no estaba preparado, o con el que no se identificaba en el fondo. A esto se añadía el tormento de la culpa posterior por su comportamiento, que le dejaba abatido largo tiempo.

Hubo ocasiones, sin embargo, en que Poe y su peculiar “demonio” se aliaban, o bien jugaban al ajedrez y el resultado eran sus críticas literarias. Maravillosas y afiladas armas de doble filo, que sorprendían y provocaban polémicas por sus ideas sobre poesía y arte. Con ellas se creó enemigos de por vida. Solían ser corrosivas y radicales, siempre en contra de los gustos, las glorias nacionales y los escritores de moda, y siempre hacían crecer como la espuma la tirada de la publicación y los odios hacia él.

Cuando daba una conferencia, a veces borracho, solía cambiar el tema anunciado. Y esto, que podría haber sido en boca de otros algo original, ridículo, o divertido, pasaba a ser reprobable e indignante: Poe no tenía solución.


Su peculiar relación con el alcohol empezó en la universidad. Allí descubrió que con un solo vaso de ron se emborrachaba lucidamente. Y el segundo lo tumbaba. Venía la inconsciencia, y la prolongada recuperación, pues tardaba días en volver a la “normalidad”. Pero ebrio o sobrio no soportaba las imposiciones sociales ni las incomprensiones del mundo, y su lado íntegro y rebelde le empujaba a enfrentamientos, o a montar números desgarradores con sus reacciones extremas. Por ejemplo caminar por la calle con la ropa destrozada, o comprarse una fusta para dar unos cuantos latigazos al familiar que trataba de impedir su relación con su novia Mary. Y luego reunirse con ella y tirar la fusta al suelo diciendo: “Te la regalo”.

Es en esas cosas en las que se fijaba la gente, con una mezcla de miedo y fascinación, que suelen dar como resultado un alejamiento. Puede quedar muy bonito estar en presencia de alguien tan especial, incluso ser muy excitante hablar con él un ratito, pero “a nadie le gusta realmente un extraño” como diría Tom Waits.

Y muchos de los que le conocían olvidaban su lado eficiente, productivo y lúcido.

Nunca halló ningún refugio estable que le proporcionara paz, aunque vivió también momentos de calma y bienestar, como por ejemplo el corto periodo que pasó con Virginia en una casita en las afueras de Nueva York, en 1844. Muy fértil además creativamente.

Y ese movimiento incesante de derrumbe a su alrededor, era acompañado por lagunas de tiempo en que desaparecía y alguien le encontraba, por completo perdido y alucinado, en cualquier mesa de taberna, en cualquier paraje o calle. Poe no soportó esa agresión que sentía desde niño dirigida contra él, y al responder con violencia o con alcohol, lejos de paliar su inseguridad afectiva la ahondaba más.


Orgulloso caballero del sur pero muy distinto de los sudistas. Entregado hasta la locura en el amor, extremista, sin ninguna planificación en su anárquica vida. Todo esto sólo podía conducirle a la meta que, fatalmente, corría en picado en dirección opuesta a la deseada: un lugar como escritor.
Las circunstancias contrarias no le hacían doblegarse, sino que encendían más aún su auto afirmación involuntaria y agresiva. Y a la hora de relacionarse con alguien no elegía. Volaba tras la sombra de cualquier sonrisa. Resulta por tanto conmovedora su adoración por los proscritos. Constantemente inventaba fantásticas historias y genealogías, que le hacían descender de famosos traidores, e historias increíbles que oían asombrados sus oyentes.

Y es que era un rebelde, además de la rebeldía propia de la condición de poeta: “La poesía no es un propósito sino una pasión y las pasiones deben ser reverenciadas, no se las puede, no se las debe excitar a voluntad”.

A veces sueño con sus batallas solitarias en mitad de la noche. Cuando estalla la tormenta y una sombra furtiva se esconde en un portal sin luz. Cuando los pasos se deslizan por la acera desierta y el silencio los transforma en inquietante eco.


Él conocía el aleteo de la muerte, la pesadilla sigilosa y los bosques salvajes. La razón lúcida y desgarrada y el beso del vampiro sensual, silencioso y encadenado. La mirada insondable de los ojos del amor, el misterio de Ligeia, la obsesión por Berenice y por el doble que nos espera en determinada calle, a determinada hora. La belleza implacable y furiosa del mar. ¿Qué es lo que se agitaba bajo sus aguas? Tal vez una de sus frases: “Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño”.

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