miércoles, 1 de octubre de 2014

'Llámame Brooklyn' de Eduardo Lago


Por Tesa Vigal

Modificar lo real para contar la verdad. Eso es lo que hace el arte, aunque Algunos se empeñen en asociar ficción con mentira. Una historia de ficción, cuando está viva y por lo tanto es auténtica, transmite vida y lo vivido es lo único real. Este libro peculiar y emotivo nada en esas aguas, entre otras.


Esta es su primera novela, ganadora del premio Nadal 2006.  

Maravillosa porque además de gustarme me ha sorprendido. Y es que lo más usual que me ocurre al leer literatura española actual es decepcionarme, salvo algunas excepciones. Me refiero a que en mis manos han caído, sobre todo, un tipo de libros periodísticos, o sólo mentales, sin atmósfera ninguna. Y los hay interesantes, pero es que un libro que sólo es interesante no llega a memorable.

Esta novela tiene atmósfera de sobra. Está viva, hay aire alrededor, profundidad. Va de la persona entera a la persona entera. Abarca, claro está, a la mente, pero también a todo lo demás. Casi cada frase es un disparo de sensaciones, algunas estallando por el camino. Justo lo que conforma un clima.

Habla de la “formación” de una amistad. Es decir no sólo de una amistad, sino de todos los hilos y circunstancias que van conformando su paisaje interior y exterior. Rozando casi el destino en una espiral (palabra usada por un personaje para referirse a su gama emocional) que es a la vez cotidiana y misteriosa.

Un tiempo que se despliega de forma caprichosa, o clandestina, conteniendo algo cercano a un sentido, que en ocasiones se desea y en otras se rechaza; o se elude. Eso hace que cada párrafo tenga una forma de posarse sobre el siguiente, sutil o rotunda, encabalgados de manera subyugadora.

También trata sobre el proceso de creación de una historia. De su esencia, su motor, esa fuente siempre misteriosa. Una exploración de su posible sentido, según el protagonista va añadiendo capas, ordenándolas, eligiéndolas… Al mismo tiempo que las va viviendo. Y deja los andamios puestos, bien a la vista, porque el proceso del que habla forma parte de la vida. Muñecas rusas… Desvela porque bucea, más allá de todo pensamiento. Y esas fuentes siempre personales aunque no se trate de una autobiografía. Y esa modificación de la “realidad” necesaria para descubrir su verdad. Curioso el tener que mentir, aparentemente, para ser auténticos. Remitiendo, sin mencionarla, a la enigmática necesidad que tenemos los humanos de que nos cuenten historias, o de imaginarlas. Precisamente su narrador (uno de sus narradores) busca manuscritos de un amigo muerto. Y en concreto el manuscrito de una novela inacabada. Su propia búsqueda da la sensación de poseer el mágico efecto de ir completándola, de tender ese misterioso puente que a veces existe entre ficción y vida “real” y que produce la materialización de lo escrito. ¿Por qué no siempre? El alcance de lo imaginado es muy largo, sinuoso y casi siempre sorprendente. Y lo mismo ocurre con lo que no se llega a vivir pero se queda en el borde, rebosante de cargas emocionales de profundidad que a alguna parte tendrán que ir y en alguna parte se quedan, modificando con su intensidad los momentos más inesperados.  


Y sin embargo el detalle de ese diario de Nadia que se queda sin leer, porque la historia ya está completa. Y es que todas las historias son parciales necesariamente y sin embargo están enteras. Depende desde dónde se las mire.
Las fechas del futuro rompiendo la dimensión temporal, saliéndose de ella de alguna forma, retomándola una vez trasformada por esa dirección que suele escaparse casi siempre.
Y de nuevo el destino sobrevolando muy, muy bajito y en silencio.

El hotel Chelsea. Recordé la canción de Leonard Cohen en la que habla de su encuentro fugaz con Janis Joplin allí. Con toda esa densa melancolía de todas sus canciones. Y el Long Island de Lou Reed. Y marineros de historias cálidas y tristes, escaleras laberínticas, solares desolados, bibliotecas con su sueño aparente, las sombras espesas de ciertos personajes, la leve y conmovedora de otros. Intento desesperado de fundir día y noche, allá donde cada uno se convierte en lo otro.   
Y las citas, la de Valéry “mirar por fin la calma de los dioses” y la de Anna Ajmátova “si eres la muerte ¿por qué lloras?”.
    
  

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