viernes, 12 de diciembre de 2014

'Memorias de África' de Isak Dinesen

Por Tesa Vigal

Leer a la danesa Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen, tiene el efecto de atraparte en una burbuja de interminable sutilidad, en la que cada instante, cada objeto, cada gesto de alguien se multiplica en capas y capas hasta que tropiezas con el esqueleto del laberinto humano. 


En la emocionante película de Sidney Pollack del mismo título (basada en los datos biográficos de su larga estancia en África, sumados a la atmósfera hondamente poética de su libro), hay una escena que refleja a la perfección la manera de escribir de Isak Dinesen. Y lo hace a través de su manera de contarlas en voz alta. Cuando después de cenar con sus amigos, y a partir de la frase de uno de ellos, comienza a ensartar sucesos, personajes y escenarios humilde y rotundamente, paso a paso y dejando salir a la historia que quiere ser relatada.
Imagen de la lepícula de Sydney Pollack

Los años que vivió en África fueron decisivos en su vida. No sólo allí conoció a su querido e inolvidable Dennys Finch, sino que allí pareció fraguarse su pasión por contar historias, pues fue a su regreso cuando se volcó en escribirlas. Da la impresión de que su recorrido vital formó dos bloques. En la primera parte de su vida se agolparon los hechos más intensos y atormentados, unos de naturaleza ambivalente –su faceta amorosa- y otros trágicos como el suicidio de su padre cuando ella tenía diez años, o la muerte de su amante Dennys al estrellarse su avioneta, o la pérdida de su granja africana.
Hace poco he sabido que existe un asteroide llamado Blixen en su honor.
Su primer libro es el fascinante “Siete cuentos góticos”, publicado en 1934. A continuación viene su libro más famoso: “Memorias de África”, en 1937 (magnífica edición en la editorial Alfaguara). Le siguieron el maravilloso “Cuentos de invierno” en 1942, “Vengadoras angelicales” en 1944 y “Sombras en la hierba” de 1960.


En sus libros, desde la primera página, aparece esa misma sensación de ir preparándose a contar la historia según va surgiendo, con el efecto envolvente de ir paladeando cada palabra con pausas ensoñadoras, que permiten reposarla íntimamente y seguir escuchando embobados. Dispuestos a dejarse llevar por ellas, narradora e historia, hasta donde sea. En la escena citada más arriba, se recrea la misteriosa necesidad de los seres humanos de contar y escuchar historias. Tanto ella, la narradora, como sus amigos oyentes se dejan envolver por ese mundo invocado, volando más allá del momento para regresar a él y encontrarlo enriquecido por la imaginación que explica la vida completándola, buceando en los seres que la habitan y el origen de sus actos y emociones.

En el libro de Dinesen no aparecen de manera explícita sus relaciones amorosas. Sólo de manera indirecta. Como cuando se mencionan, como de pasada, las largas estancias de Dennys en su casa, sin más explicaciones, o la muerte de su amigo al estrellarse su avioneta. Se diría que es demasiado delicada como para mencionar la palabra amor, o hacer una crónica de su intimidad. Quizás esa especial historia con Dennys fue demasiado profunda como para limitarla al ponerla por escrito. De tal manera que ‘Memorias de África’ transmite justamente mucha más intimidad que si hubiese escrito una crónica detallista.
Isak Dinesen junto a otra escritora fascinante: Carson McCullers

Su libro habla del alma de África, de su íntima conexión con ella y con algunos de sus amigos o empleados, o de los efectos infinitos en su vida a través de atmósferas, breves diálogos, apuntes repentinos sobre una escena, o lo memorable de algunas de las personas que allí conoció.

La complicidad con su cocinero, Kamante, y su forma de nombrar los platos que preparaba: “según el acontecimiento que se había producido el día en que los había aprendido, así que hablaba de la salsa del rayo que hendió al árbol y de la salsa del caballo gris que murió” . Con él conectaba de manera natural por su propia manera de hablar a base símbolos, poderosos y sensibles, igual que con Farah, el empleado que avisaba de los acontecimientos inevitables, como incendios, o plagas diciendo que había venido Dios.


Su portentosa manera de transmitir atmósferas, dando el relieve de múltiples dimensiones a una descripción de momentos o paisajes, es una de las más sugerentes que he leído nunca. Por contraste, el tipo de escritor periodístico (cuyos datos son interesantes y necesarios) sabe a poco. A muy poco sus enumeraciones de un árbol a la izquierda o una casa a la derecha, quedándose en la superficie de las cosas. En lugar de eso, Dinesen parece beber de la misma fuente sabia origen de la poesía y, para meterte en un momento emocional concreto, al salir de una casa al amanecer, escribe simplemente: “el paisaje estaba misteriosamente despierto” (de uno de sus “Cuentos de invierno”).

De África dice: “El aire en África tiene más significado en el paisaje que en Europa, está lleno de vislumbres y espejismos y, en cierto modo, es el escenario real de las actividades. En el calor del mediodía el aire oscila y vibra como la cuerda de un violín, levanta capas de herbazal con acacias y colinas encima y crea la ilusión de vastas extensiones de agua plateada en la hierba seca”.

Su forma de escribir es una fina red de hondas analogías como las de los sueños, más una asombrosa exactitud en las palabras y una fluida sucesión de potentes imágenes. Hay otra frase en “Memorias de África” que dice: “Me explicaron cómo cada criatura viviente sobre la tierra tenía su réplica bajo el mar”. Pues bien, yo diría que Karen-Isak hace una alquimia semejante al escribir. Llena el alma de escenas y personajes con sus correspondencias materiales, y a la tierra de objetos y cuerpos con sus paralelos espirituales. Pero ¿no es precisamente escribir y vivir una búsqueda incesante de correspondencias? En todos los sentidos.
      

  

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