Por Tesa Vigal
Leer a la danesa Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen, tiene el efecto de atraparte en una burbuja de interminable sutilidad, en la que cada instante, cada objeto, cada gesto de alguien se multiplica en capas y capas hasta que tropiezas con el esqueleto del laberinto humano.
Leer a la danesa Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen, tiene el efecto de atraparte en una burbuja de interminable sutilidad, en la que cada instante, cada objeto, cada gesto de alguien se multiplica en capas y capas hasta que tropiezas con el esqueleto del laberinto humano.
En
la emocionante película de Sidney Pollack del mismo título (basada en los datos
biográficos de su larga estancia en África, sumados a la atmósfera hondamente
poética de su libro), hay una escena que refleja a la perfección la manera de
escribir de Isak Dinesen. Y lo hace a través de su manera de contarlas en voz
alta. Cuando después de cenar con sus amigos, y a partir de la frase de uno de
ellos, comienza a ensartar sucesos, personajes y escenarios humilde y
rotundamente, paso a paso y dejando salir a la historia que quiere ser
relatada.
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Imagen de la lepícula de Sydney Pollack |
Los
años que vivió en África fueron decisivos en su vida. No sólo allí conoció a su
querido e inolvidable Dennys Finch, sino que allí pareció fraguarse su pasión
por contar historias, pues fue a su regreso cuando se volcó en escribirlas. Da
la impresión de que su recorrido vital formó dos bloques. En la primera parte
de su vida se agolparon los hechos más intensos y atormentados, unos de
naturaleza ambivalente –su faceta amorosa- y otros trágicos como el suicidio de
su padre cuando ella tenía diez años, o la muerte de su amante Dennys al
estrellarse su avioneta, o la pérdida de su granja africana.
Hace
poco he sabido que existe un asteroide llamado Blixen en su honor.
Su
primer libro es el fascinante “Siete cuentos góticos”, publicado en 1934. A
continuación viene su libro más famoso: “Memorias de África”, en 1937
(magnífica edición en la editorial Alfaguara). Le siguieron el maravilloso
“Cuentos de invierno” en 1942, “Vengadoras angelicales” en 1944 y “Sombras en
la hierba” de 1960.
En
sus libros, desde la primera página, aparece esa misma sensación de ir
preparándose a contar la historia según va surgiendo, con el efecto envolvente
de ir paladeando cada palabra con pausas ensoñadoras, que permiten reposarla
íntimamente y seguir escuchando embobados. Dispuestos a dejarse llevar por
ellas, narradora e historia, hasta donde sea. En la escena citada más arriba, se
recrea la misteriosa necesidad de los seres humanos de contar y escuchar
historias. Tanto ella, la narradora, como sus amigos oyentes se dejan envolver
por ese mundo invocado, volando más allá del momento para regresar a él y
encontrarlo enriquecido por la imaginación que explica la vida completándola, buceando
en los seres que la habitan y el origen de sus actos y emociones.
En
el libro de Dinesen no aparecen de manera explícita sus relaciones amorosas.
Sólo de manera indirecta. Como cuando se mencionan, como de pasada, las largas
estancias de Dennys en su casa, sin más explicaciones, o la muerte de su amigo
al estrellarse su avioneta. Se diría que es demasiado delicada como para
mencionar la palabra amor, o hacer una crónica de su intimidad. Quizás esa
especial historia con Dennys fue demasiado profunda como para limitarla al
ponerla por escrito. De tal manera que ‘Memorias de África’ transmite
justamente mucha más intimidad que si hubiese escrito una crónica detallista.
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Isak Dinesen junto a otra escritora fascinante: Carson McCullers |
Su
libro habla del alma de África, de su íntima conexión con ella y con algunos de
sus amigos o empleados, o de los efectos infinitos en su vida a través de
atmósferas, breves diálogos, apuntes repentinos sobre una escena, o lo
memorable de algunas de las personas que allí conoció.
La
complicidad con su cocinero, Kamante, y su forma de nombrar los platos que
preparaba: “según el acontecimiento que
se había producido el día en que los había aprendido, así que hablaba de la
salsa del rayo que hendió al árbol y de la salsa del caballo gris que murió” .
Con él conectaba de manera natural por su propia manera de hablar a base
símbolos, poderosos y sensibles, igual que con Farah, el empleado que avisaba de
los acontecimientos inevitables, como incendios, o plagas diciendo que había
venido Dios.
Su
portentosa manera de transmitir atmósferas, dando el relieve de múltiples
dimensiones a una descripción de momentos o paisajes, es una de las más
sugerentes que he leído nunca. Por contraste, el tipo de escritor periodístico
(cuyos datos son interesantes y necesarios) sabe a poco. A muy poco sus
enumeraciones de un árbol a la izquierda o una casa a la derecha, quedándose en
la superficie de las cosas. En lugar de eso, Dinesen parece beber de la misma
fuente sabia origen de la poesía y, para meterte en un momento emocional
concreto, al salir de una casa al amanecer, escribe simplemente: “el paisaje estaba misteriosamente
despierto” (de uno de sus “Cuentos de invierno”).
De
África dice: “El aire en África tiene más
significado en el paisaje que en Europa, está lleno de vislumbres y espejismos
y, en cierto modo, es el escenario real de las actividades. En el calor del
mediodía el aire oscila y vibra como la cuerda de un violín, levanta capas de
herbazal con acacias y colinas encima y crea la ilusión de vastas extensiones
de agua plateada en la hierba seca”.
Su
forma de escribir es una fina red de hondas analogías como las de los sueños,
más una asombrosa exactitud en las palabras y una fluida sucesión de potentes
imágenes. Hay otra frase en “Memorias de África” que dice: “Me explicaron cómo cada criatura viviente sobre la tierra tenía su
réplica bajo el mar”. Pues bien, yo diría que Karen-Isak hace una alquimia
semejante al escribir. Llena el alma de escenas y personajes con sus
correspondencias materiales, y a la tierra de objetos y cuerpos con sus
paralelos espirituales. Pero ¿no es precisamente escribir y vivir una búsqueda
incesante de correspondencias? En todos los sentidos.
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